Violencia de género en adolescentes

Violencia de género en adolescentes: Una responsabilidad social.

Conocí a Pedro cuando entró en el segundo cuatrimestre de mi quinto año. Su timidez, su retracción, las pensé como algo lógico de quien entra y es el nuevo. Me acerqué a la hora del almuerzo para que no quede él y el resto por separado, le dije de comer juntos. Eso se volvió casi un ritual a través de los días, en el tiempo. Teníamos muchas cosas en común, bandas musicales, odiábamos los boliches, nos gustaba compartir nuestras viandas y a la salida nos íbamos a la plaza, a la feria de ropa y de historietas. 

Un día no sé muy bien cómo, nos reventamos a besos, se dio, fluyó y empezamos a encarar un noviazgo que a la semana lo formalizó con una cadenita que me dio partida, una mitad para él, la otra mitad para mí,  al juntarse armaban un corazón con la inscripción “para siempre juntos”.

En una ocasión, mis mejores amigas, Lina y Nina, me invitan, como todos los años, a su cumpleaños que, como nacieron con dos días de diferencia, lo festejan juntas para abaratar el festejo, aparte comparten las mismas amistades. Pizza, música de Spinetta y alguna prenda de los ochenta es la consigna. 

Pedro me dice que no le gusta mucho ir a esos eventos sociales y me pide que me quede con él. Me dijo que tenía una sorpresa para darme, que mis amigas lo iban a saber entender. 

Me agarró dolor de panza y un nudo en la garganta. Lina me empezó a llenar el chat de mensajes y emojis con su cara haciéndome preguntas y preocupada por mí. Le mentí, le dije que no me sentía bien. Me mentí. Yo quería estar ahí. 

Pedro me dijo que hay cosas de Lina que no le van, que es muy distinta a mí, que a veces no entiende qué hago con ellas, que son muy materialistas, que se la pasan hablando de chabones, que son muy gateras. Me dijo que yo no me visto así, en modo gato desesperado.

Mi panza se estruja y se retuerce,  había algo que no me estaba gustando. Mi incomodidad empezó a ensancharse en mi diaria con él.

A la semana viene a mi casa y me dice que  mi mamá no lo miraba bien. Que es muy controladora. “Me parece a mí, te lo digo bien y con la mejor, que tu vieja es muy sobreprotectora con vos, nos está muy encima, está bueno que le puedas poner tus límites para no darle cabida en nuestra relación”.

Esa noche fuimos a escuchar una banda que deliramos y me tira “qué onda, te sacaste la cadenita, ¿por?” ¿querés gatear como tus amigas? Sos libre euuu,  pero a mí como un termo no me dejas”.

Me llegan al toque 45 mensajes de corrido una vez que llego a casa, pidiéndome perdón, que derrapó, que él no piensa eso, que se sacó mal y no va a volver a pasar.

Lloré en el baño, mirando de lejos la chapita partida del corazón que había dejado antes de bañarme. La dejé ahí.

En la escuela me dice que sintió en esa discusión que casi me pierde, que se sintió el peor, que siente que si no está conmigo no es vida, que su vida soy yo. Me dio pena y ternura a la vez verlo lagrimear.

 

Lina me viene a buscar y me dice que me ve cambiada, que no me ve bien, que estoy distinta, me pide que confíe en ella. Me invita a una junta a  la noche, en la terraza de su primo Juan. Le aviso a Pedro que esa noche no lo veo, sabía que se iba a poner mal porque a él le gusta hacer todo conmigo, compartir la vida.

Me escribe un mensaje “sos una más del montón, gato como tus amigas que te llenan la cabeza”. Me siento la más tonta de todas, vuelve a pasar, le creí, pensé que había cambiado. Me dijo que había visto mis mensajes, que en una relación no hay secretos, ni contraseñas,  si no hay nada que ocultar. 

Le pedí que me deje de llamar, lo bloqueé. 

Llego con Lina a casa y me estaba esperando en la puerta .

Empiezo a temblar del miedo, le aprieto fuerte la mano a Lina y le digo “no me dejes sola, ayúdame”.

Mi mamá sale a la calle por los gritos que escucha, Lina y mi mamá lo tironean para que me suelte y quedo envuelta en brazos de mi mamá. Mi miedo se hace llanto, mi alivio se hace llanto. [1]

Violencia de género en adolescentes

Elegí narrar una historia, un recorte, para visibilizar cómo, muchas veces, la violencia de género en la adolescencia irrumpe desde algo ínfimo, sutil, que se va filtrando y cómo a través del tiempo se va erosionando, macerando. El aislamiento, el de a poco dejar a las amigas, a su familia, los espacios que le gustan y hacen bien,  es un modo de control, poder  y manipulación.

La violencia de género, lo cíclico de la violencia va en escalada, es gradual y progresivo.

En los inicios aparece más camuflada, entre otras pieles, y es esencial la prevención, la educación sexual integral como un modo posible desde las infancias de romper y desarmar la estructura social, cultural y política del patriarcado. 

¿Qué es tener perspectiva de género? Desde donde pensamos, escuchamos, ejercemos e intervenimos,  siendo conscientes que en nuestra propia deconstrucción somos caldo de cultivo del patriarcado, incluso hay tanto ahí del inconsciente en juego,  en frases, refranes,  historias, libros leídos, canciones,  experiencias vividas, recuerdos incrustados, modos a destejer, deshilvanar, en proceso lo propio, en análisis, en supervisión y con formación. Es un compromiso ético a una escucha ética y del derecho. 

Hay un mar de fondo detrás de cada relato, de cada historia, de lo singular e individual, de lo propio: el patriarcado. 

El patriarcado se sostiene, insiste y resiste también sobre el amor romántico, “el para siempre juntos” de la cadena, el corazón en partes partidas cuando no están juntos haciendo simbólicamente frente o confrontando “al estar solo como estar partido” “a la mitad” “a medio camino”.  Esto hace a lazos que se constituyen como absorbentes, posesivos.

El amor romántico facilita la noción de posesión, de control, de poder, de subordinación “o sos mía o de nadie” y más allá de las estructuras psíquicas individuales hay un contexto social, cultural y epocal que es funcional a eso. Así también como los femicidas son productos sociales que se gestan en un sistema patriarcal y del cual somos responsables, mal que nos pese. 

Debemos repensar la noción de amor, de amar, de pasión y poder desglosar cuando aparece la violencia de género, en sus diferentes modos y formas de maltrato: la umillación, la indiferencia, el sometimiento, la imposición del sexo por encima del deseo y el consentimiento, creer que se tiene poder sobre otro, no poder respetar los espacios individuales, “el hacer todo juntos” del relato. Pensar la violencia de género no solo desde lo físico ni desde la mala palabra o subida de tono, sino también desde “te lo digo por tu bien, que te quiero, porque te conozco” ese modo confuso que promete “amor del bueno” y destila agresión desde un lugar pasivo; porque se trata de formas engañosas y traicioneras de manipular y generar ruido. 

Hay un ruido que es valioso, “ese dolor de panza, ese estrujamiento” ese poder escuchar al cuerpo de que ahí hay algo que no está bien.

 

  No hay un feminismo, son los feminismos, los movimientos feministas, las jóvenes implicadas y comprometidas en las marchas con sus pañuelos, con inscripciones, carteles, pintadas, en forma de ola, entramadas, enlazadas a salir a defender sus derechos, nuestros derechos. Las nuevas masculinidades que empiezan a emerger, a desprenderse del barro machista, a las aguafiestas de Sara Ahmed, mujeres (cuando digo mujeres nombro a toda aquella persona que se autopercibe y se identifica como mujer) que son disruptivas, atrevidas, políticamente incorrectas, valientes, que se animan a romper con estereotipos, a desarmarlos, que cuestionan lo dado, que frenan a tiempo un chiste o conversación machista, situaciones o escenas violentas machistas para convocar al pensar, al pausar y al pensar como una invitación a rearmar nuevos modos de escucharnos y de pensarnos.

Como nos enseña la historia “El eternauta”: nadie se salva solo, la salida a la violencia de género es siempre con un otro, con una madre, con una Lina, con profesionales, es en red.

Violencia de género en adolescentes

Bibliografía

  • Feminismos y adolescencias. Compiladoras y co autoras Joana Rowinski y Carla Elena. Editorial Raíces. 

  • Manual de la feminista aguafiestas. Sara Ahmed. Editorial Caja Negra.

Lic. Joana Rowinski
Lic. Joana Rowinski

Psicóloga Clínica (UBA).
Perito de parte de niños, niñas y adolescentes en causas penales por abuso sexual infantil.
Supervisora y Asesora en la temática.
Compiladora del libro “La deshumanización de la justicia en infancias vulneradas”, Ed. Ricardo Vergara Ediciones. Compiladora del libro “Violencia de género, abordaje interdisciplinario”, Ed. Ricardo Vergara Ediciones – Declarado de Interés por la Legislatura Porteña.
Co compiladora con Carla Elena del libro «Feminismos y adolescencias”, Editorial Raíces – Declarado de Interés por la Legislatura Porteña.
Autora de «Cartas al celo», Ed. Raices