En las aulas ¿Ponerles las pilas?
¨En tiempos donde nadie escucha a nadie…¨
Fito Páez
–¨Mamá, yo trato de prestarle atención a la maestra, pero, ¿sabés que pasa?, que si la escucho me pierdo lo que dicen los demás chicos!¨ El comentario de Julián (8 años) pone sobre el tapete al menos dos cuestiones de todos los días.
La primera es lo poco que parece interesarle a Julian lo que podría esperar del decir de su maestra. No parece arriesgado suponer que el interés por lo que la escuela abría, en cuanto saberes, a un chico que sólo habitaba su casa, ha disminuido. Los chicos se escolarizan cada vez más tempranamente y la cibernética (tablets, celulares, TV, Compu) ha acercado a ellos informaciones que inundan sin filtros efectivos la vida infantil. Lo que disminuye la curiosidad o el asombro respecto a lo que la maestra pudiera enseñar. Porque aprender es más que llenarse de informaciones.
La segunda razón es que Julián tampoco le teme demasiado a su maestra. Esta ha perdido no sólo la antigua aureola de saber sino también la del respeto que otrora la hacía alguien de temer. No es lo mismo autoridad que autoritarismo Pero si antes los maestros tenían una investidura que los hacía respetables, ahora esa investidura está desflecada. Sin respeto garantizado de antemano se encuentran teniendo que “ hacerse respetar” . Y entonces infundir respeto implica siempre un cierto grado de temor al otro. Y ese temor es necesario. Porque es heredero del temor a perder el amor. Y sin ese temor no hay renuncia o postergación de las satisfacciones inmediatas. Y la escuela, por plástica y creativa que sea, supone siempre renuncias que abren a satisfacciones sustitutivas. Que no llegan sin esa renuncia.
Sin interés genuino ni temor que fuerce las cosas, la atención no se presta. No se trata de un déficit cuantitativo sino de una distribución donde cada chico presta a quien le devuelve algo que sienta valioso. Si no, no.
Habría que apuntar además, que la enseñanza ha mutado su dinámica. Ya no sigue más las reglas de un moldeado unilateral. Los chicos no llegan como libros en blanco, saben muchas cosas. Lo que ha llevado a que la educación se torne cada vez más interactiva. Pero para ello debe despertar el interés del alumno y no sólo solicitarle obediencia y quietud como antaño. Entonces al aspirar a modular a interactuar, a rescatar el saber previo de los chicos, la atención pasa a ser tan o más importante que la obediencia.
Y eso se ve en la consulta psicológica y psiquiátrica. Pues antes lo que más hacía ¨cortocircuito¨ en la escuela eran los trastornos de conducta. Ahora sin que estos hayan desaparecido (ni mucho menos) la ¨vedette¨ han pasado a ser los trastornos de la atención.
Sin tener en cuenta estas consideraciones cualitativas que afectan la cotidianidad de los chicos hay una psiquiatría (que no es la única pero sí la más ¨mediática¨) que se apoya en los manuales DSM que nos da una respuesta extremadamente simplificadora. Acorde con el dataísmo imperante no se detiene en lo cualitativo sino que plantea las cosas de modo cuantitativo. Si los chicos no atienden es porque tienen un déficit de atención. Y ese déficit se debe al déficit de un neurotransmisor, la dopamina.
La desatención es entonces cosificada como déficit y la inquietud que la acompaña tematizada sólo como exceso. No es una comprensión ¨demasiado simpática¨ para con los chicos. Considerarlos deficitarios porque no nos prestan atención a lo que les decimos padres y docentes es más bien un modo de evaluación ¨enojado¨, cuantitativamente grosero y que se realiza casi siempre por una breve observación de pocos minutos, sin escuchar al chico y sus intereses, utilizando escalas (la más popular era el Test de Conners) que presentan un margen de error sideral.
En medio de la “cultura” del consumo y del rendimiento, asistimos a un predominio demasiado poco crítico de técnicas de clasificación que recurren luego, como estrategia, y también con demasiada facilidad a los psicofármacos y con temeridad al empleo de estimulantes como el Metilfenidato u otros medicamentos derivados de las anfetaminas.
Es preocupante que en nombre de estas comprensiones se lleve a las infancias a aceptar que las experiencias educativas son algo que hay que padecer. Lo que genera resistencias, como algo que debe ser incorporado, para no atragantarse, con un medicamento como digestivo. Una cosmética del comportamiento que deja intactas las preguntas que un educador ético debería hacerse.

No parece demasiado pedir que antes de restaurar un rendimiento se profundice sobre los porqués de la disfunción. Millones de chicos desatentos en el mundo no pueden explicarse por una mutación genética que haya alterado sus cerebros. Hay algo más. Y más que ponerles las pilas para que vuelvan a atender y aprender, tal vez deberíamos preguntarnos algo al respecto.
Mientras tanto no parece errado restaurar ciertos filtros y pautas que acoten el bombardeo consumista e ¨informativo¨, recuperar un vínculo más directo y menos mediatizado, reflotar las dimensiones narrativas . Lo contrario de ¨enchufarlos¨ a una tablet es donar el tiempo que implica un cuento o una charla compartida.
La atención dispersa, extendida en superficies varias y no en profundidad no es un avance sino un retroceso. Sólo cuando el hombre pudo asegurarse la supervivencia y distraerse de lo inmediato (que no se lo coman por ejemplo), cuando pudo asegurarse con la agricultura un período de descanso y ocio se inicia el pasaje de la supervivencia a la vida.
Hoy no es cuestión de ¨tips¨, es cuestión de un acto contrario de ¨enchufarlos¨ a una tablet, es donar el tiempo que implica un cuento compartido. y que abra en la escuela las necesarias transformaciones que repiensen las posibilidades de formar al alumno de hoy, no al del siglo pasado.
Y esto se logra con presencia y cercanía. Sacándonos y sacándoles las pilas.


Médico Especialista en Psiquiatría Infanto Juvenil. Psicoanalista.
Ex Docente de farmacología. Ex jefe de residentes del hospital de niños Ricardo Gutiérrez. Desempeñó varias jefaturas y sub jefaturas en el Hospital Carolina Tobar García. Co-fundador y ex coordinador del programa Cuidar cuidando. Autor de numerosos libros los últimos de los cuales son: ¿Niños o cerebros ? cuando las neurociencias descarrilan, y Diez claves para comprender el sufrimiento de las infancia y adolescencia hoy. Después de los Barbijos.