Las paradojas de la tendencia antisocial. ¿Cuál es el desafío de los niños con conductas desafiantes?
“Comprender que el acto antisocial es una expresión de esperanza constituye un requisito vital para tratar a los niños con tendencia antisocial manifiesta”.
Winnicott, 1956.
La ética de la ternura.
En “El Proyecto de psicología para neurólogos” Freud [1895] escribió que la acción específica ante el desvalimiento infantil es la fuente de todos los motivos morales. Es porque hay un adulto que se identifica y atiende las necesidades del infans que puede haber un principio de humanización. Las acciones de cuidado, palabra, arrullo, abrigo, alimento y ternura son la fuente de una ética basada en el registro del otro en tanto prójimo-diferente y a la vez semejante. Las respuestas calmantes de la mano de un otro significativo transforman, construyen y organizan, colaborando en el desarrollo y complejidad, psíquicas.
La diferencia adulto-niño plantea de entrada una relación asimétrica, un punto de partida en condiciones desiguales: es el adulto quien tiene la responsabilidad moral y ética de responder ante el Desvalimiento infantil. El tiempo de la invalidez infantil es el escenario donde actúa la ternura parental. Se trata de una instancia psíquica fundadora de la condición humana.
Como dice Fernando Ulloa en «La Novela Psicoanalítica»
“La invalidez infantil es un tiempo sin palabras aún. Con pocas posibilidades de pensamientos susceptibles de ser rememorados de forma consciente, aunque todo lo que se inscriba entonces será constituyente del continente inconsciente del sujeto. No se trata de confundir esta etapa de invalidez con incapacidad y menos con una cosificación del niño (…)
La invalidez infantil está presidida por la ternura parental. La ternura es una instancia típicamente humana, tan primigeniamente constituida que se la podría pensar de naturaleza instintiva. Se habla del instinto materno. Más la ternura es producción que va más allá de lo instintivo, aunque tenga allí su basamento. La ternura, siendo de hecho una instancia ética, es inicial renuncia al apoderamiento del infantil sujeto. Para definirla en términos psicoanalíticos, diré que la ternura es la coartación -el freno- del fin último, fin de descarga, de la pulsión, concepto que aquí solamente menciono. Esta coartación del impulso de apoderamiento del hijo, este límite a la descarga no ajeno a la ética genera dos condiciones, dos habilidades propias de la ternura: la empatía, que garantizará el suministro adecuado (calor, alimento, arrullo palabra) y como segundo y fundamental componente: el miramiento. Tener miramiento es mirar con amoroso interés a quien se reconoce como sujeto ajeno y distinto de uno mismo”.
La capacidad de responder con afecto, disponibilidad y paciencia a las urgencias del bebé matiza, suaviza, y acota las tendencias a la descarga pulsional, pone borde a los desbordes y organiza el psiquismo diferenciando cualidades de cantidades.
En tiempos constitutivos y constituyentes son fundamentales las experiencias de auxilio, sostén y cuidado en tanto vivencias que se inscriben en el psiquismo como marcas de calma, de confianza, y de esperanza. El sujeto capaz de preocuparse por el otro, de ponerse en su lugar o empatizar es aquel que ha tenido experiencias satisfactorias de cuidado y afecto, lo suficientemente buenas y gratificantes con sus objetos primarios.
Por el contrario, la falta reiterada de respuestas, la poca previsibilidad en los gestos del otro, las conductas manifiestas de indiferencia o la desatención pueden dar lugar a defensas patológicas como la escisión, la disociación o la retracción psíquicas. En los casos más graves, la crueldad del adulto hacia el niño puede dar lugar a la identificación con figuras sádicas o crueles siendo la base de experiencias que promueven un funcionamiento que se orienta hacia la psicopatología.
Winnicott los llamó "Niños Deprivados"
Winnicott, pediatra y psicoanalista inglés, trabajando con bebés y niños en tiempos de guerra, pudo observar los efectos del ambiente sobre el desarrollo emocional. Así hizo del ambiente un objeto interno fundamental en el psiquismo del lactante. El niño para su desarrollo emocional necesita de un ambiente lo suficientemente confiable, que pueda sufrir modificaciones o cambios en una justa y soportable medida: acotada y, en cierto modo, previsible. Un ambiente cuyas fallas no sean traumáticas, y esto significa reducir al máximo posible aquellas vivencias o experiencias que están más allá de lo tolerable. Un contexto estable, o predecible, garantiza que el bebé o niño pequeño y su ambiente, vivan experiencias de continuidad a través de las cuales se facilita el impulso vital, la creatividad y la sensación de ser uno mismo a pesar de los cambios.
El trabajo como psicoanalista en hogares de niños refugiados le permitió conceptualizar clínicamente una serie de conductas que observó, se repetían en muchos niños, y a la que conceptualizó como Tendencia antisocial, conductas desafiantes que no constituían un diagnóstico en sí, pero requerían un tipo de manejo particular por parte del entorno. Niños que, habiendo tenido buenas experiencias en la fase de dependencia absoluta, en un tiempo que va del tránsito de la dependencia a la independencia, sufrían algún tipo de acontecimiento traumático, como puede ser una pérdida, un abandono, una mudanza, un duelo, frente a lo cual desplegaban conductas desafiantes y agresivas. Niños que presentaban dificultades importantes en la incorporación de legalidades y en la aceptación de normativas, no necesariamente eran niños psicóticos ni estaban gravemente perturbados pero ponían en acto agresiones sobre el ambiente. Winnicott los llamó niños Deprivados, niños que habían sufrido una pérdida de algo bueno, un objeto, una relación, un contexto, que hasta ese momento cumplía una función vital.
El niño desafiante es para Winnicott un niño Deprivado, alguien que siente que perdió algo bueno. Su conducta es la reacción sobre el ambiente ante la dificultad de tramitar el dolor psíquico por algo bueno que perdió. Y, a la vez, esconde una esperanza. Que el ambiente repare eso mismo que el ambiente generó. Desafíos, robos, malos comportamientos pueden ser la cara visible de algo que queda invisibilizado: el dolor o el enojo ante la pérdida de algo bueno (una relación de objeto, un vínculo significativo, un espacio de confianza) y paradójicamente en la misma tendencia se esconde una profunda necesidad, que el entorno le permita desplegar su agresividad y su hostilidad sin responder en espejo, que sobreviva a sus estallidos o crisis de angustia, y que le tenga paciencia y confianza. Como dice Winnicott [1939] en La agresión y sus raíces: “Sólo si sabemos que el niño desea derribar la torre de ladrillos le resultará valioso que comprobemos que puede construirla”. Sólo si permitimos y toleramos que ponga en juego cierto monto de agresividad, y sobrevivimos a su agresión, le permitiremos al niño conectarse con su capacidad de reparar.
El niño con una tendencia antisocial es un niño con esperanza de ser escuchado y ayudado.»
El niño con una tendencia antisocial es un niño con esperanza de ser escuchado y ayudado. Es un niño que necesita que el entorno asuma el manejo de su hostilidad, y aunque parezca que busca la vigilancia y el control, lo que necesita son experiencias de cuidado, de confianza, y de firmeza. Como en el juego de las escondidas el niño con conductas desafiantes necesita que lo encuentren y, aunque quizás no sabe, espera que no renuncien a buscarlo, que no lo encierren rápidamente en diagnósticos o medicaciones, y que no se aburran de jugar con él.
Chavoleochadas
La mamá de Gastón (8 años) llegó a la consulta pidiendo una medicación para tranquilizar a su hijo, algo que ella no podía hacer. Creía que siempre iba a ser así, que su hijo iba a tener esas dificultades «siempre». Niño con una tendencia antisocial, venía derivado por la escuela porque su comportamiento le estaba trayendo serios problemas. Niño frágil, con conductas impulsivas, le costaba atender en clase y respetar las consignas, robaba los útiles a los compañeros, insultaba, se desbordaba con facilidad. Un niño sensible, atento al entorno. Un entorno cambiante e impredecible. Cambiaba de casa y de ciudad constantemente, mudanzas intempestivas, imprevistas, impredecibles, los arrancaban de los lugares, los desalojaban. Nada era estable o confiable, sólo el cartel de “imposible”. Su primer dibujo fue una casa en el aire, sostenida por globos aerostáticos. Él también sentía que le robaban sus espacios, le sacaban sus cosas y hacía activo lo que venía viviendo de manera pasiva, una vivencia de desalojo y robo permanente. El primer trayecto de tratamiento consistió en poner a prueba mi paciencia, intentando averiguar qué juguetes resistían su odio y cuáles sobrevivían. Luego de maltratar los objetos descubrió que el espacio era lo suficientemente confiable como para relajarse.
El trabajo con los padres los ayudó a poder pensarlo de otra manera, niño que a diferencia de sus otros hermanos no se adaptaba a los cambios. El espacio terapéutico posibilitó re-significar y enmarcar los malos comportamientos, ofreciendo además herramientas para no actuar en espejo los enojos, disminuyendo los desbordes y las actuaciones. Emerge una corriente más tierna, modos más amorosos y a la vez firmes, al sentirse más confiados los padres pueden desplegar su autoridad sin desbordarse. La escuela en diálogo con la analista acompaña, y acepta algunas estrategias que se piensan en equipo. Gastón cuenta en su escuela que tiene una psicóloga y un espacio privado. Se muestra más contento, después de mucho tiempo de sentirse enojado. Viene a querer arreglar cosas y descubre que hay cosas que tienen arreglo.
el niño con conductas desafiantes necesita que lo encuentren y, espera que no renuncien a buscarlo»
Habla de “El Chavo del ocho” que no es malo… y entonces nos reímos de sus chavoleochadas, neologismo que inventamos para nombrar sus macanas. El humor posibilita un pasaje, una transición. La escena permite ver la inocencia que se esconde detrás de esa máscara de ladrón. El sentido del cuidado se traslada a la escuela, el grupo empieza a ser importante y entonces cuidar lo del otro tiene un sentido. Descubre que le interesa aprender y espera ansioso ir a la escuela para mostrar lo que sabe. Se produce un alivio sintomático. Lo que le pasaba empieza a perder «seriedad». La madre se siente orientada y sostenida en los encuentros de padres. Ya no pide pastillas, y cuestiona su posición inicial. Emocionada agradece «la transformación «.
Ellos se van, yo me quedo pensando en la importancia de escuchar el sufrimiento de los niños, y sus padres, en la necesidad de atravesar los muros del consultorio y construir un puente dialógico con la escuela con la apuesta a construir intervenciones subjetivantes. Porque ese también es el desafío de esta época: Saber escuchar.
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¿Cuántos niños esconden bajo un disfraz de agresividad un self sensible o vulnerable?
Ante tanto abuso de manuales diagnósticos y clasificaciones imprecisas, es urgente e indispensable reivindicar la dignidad del síntoma y el lugar de la escucha.
¿Cuántos niños actúan, como modo de defenderse de la angustia? ¿Cuántos esconden bajo un disfraz de agresividad un self sensible o vulnerable?
¿Cuántas veces se diagnostican como locura ciertos actings out? ¿Cuántas veces se borran la dimensión histórica y singular de los síntomas en nombre de clasificaciones?
Los niños se expresan como pueden, muchos no piden pero muestran o denuncian su padecer a través de síntomas, actings out, o conductas desafiantes. A veces nos hacen soñar y otras nos producen desvelos.
Quizás el desafío que tenemos quienes trabajamos con niñ@s con conductas desafiantes es no fallarles encerrándolos en medicaciones o rótulos estigmatizantes.
En un país con un 50% de niñ@s bajo la línea de pobreza, con índices altísimos de maltrato y violencias, es urgente patear el tablero de los manuales de clasificación y construir junto a otros estrategias de intervención subjetivantes, que promuevan prácticas de ternura, de cuidado y de confianza, base fundamental en la construcción de sujetos éticos y creativos.
Autora
Ariana Lebovic
Psicoanalista. – Miembro de la Asociación Civil FORUM INFANCIAS.
Bibliografía
- Berezin, A. (2010) Sobre la Crueldad: la oscuridad en los ojos. Buenos Aires, Psicolibro ediciones.
- Bleichmar, S (2011) La construcción de un sujeto ético. Buenos Aires, Paidós Psicología Profunda.
- Freud, S (1895) Proyecto de una psicología para neurólogos. Obras completas, Vol III. Buenos Aires, Amorrortu.
- Ulloa, F (2012) La novela clínica psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós Psicología Profunda.
- Winnicott, D (1991) Deprivación y delincuencia. Buenos Aires, Paidós Psicología Profunda.
- Winnicott, (1993) Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires, Paidós Psicología Profunda.
Artículos de la Usina del Forum publicados en Agosto del 2022.