Género; una construcción social y subjetiva.

¿Qué es el género?

Cuando hablamos y nos referimos al género es fundamental y esencial aclarar que el o los mismos no se forjan de manera instantánea ni sorpresiva, sino que pasan por un largo recorrido y transitan un período de tiempo y madurez. Por eso mencionamos que el género es una construcción social y subjetiva, individual y particular de cada sujeto.

Por otra parte, es preciso que, cuando reflexionemos sobre el género no lo hagamos únicamente en relación a las identidades de personas trans sino a todos los seres ya que cada uno va, en su trayectoria, construyendo su género, su manera de expresarlo y de encontrarse con los otros. Por ende, todos los sujetos tenemos nuestra identidad de género.

Así es que la identidad de género también es una construcción/producto social que el sujeto realiza en concordancia con su autopercepción, la cual no es una elección sino una forma de sentir y sentirse, de habitar el mundo.  La identidad de género puede o no coincidir con el sexo biológico. En este sentido encontraremos personas CIS género (concordancia integral sexual) y trans género las que no concuerda su percepción con el sexo biológico y también a los individuos que no se identifican ni perciben con ninguno de los géneros binarios propuestos y normados socialmente durante la historia: sujetos no binarios.

Ahora bien, tensionar el concepto de género es la mirada que nos posibilita problematizar cómo llegamos a ser y hacer ya que existen mandatos acerca de cómo debemos comportarnos, y de qué forma esos mandatos forjan relaciones desiguales y violentas, que generan inequidad y vulnerabilidad entre los géneros que se va trazando a lo largo de la historia, de las culturas y sociedades.

Pensar en esto y llevar un análisis adelante nos permite entender por qué las mujeres y las diversidades sexuales se encuentran, en general, en situaciones de inferioridad de poder respecto de la mayoría de los varones CIS. 

Socialmente, entendemos que la heterosexualidad es la orientación sexual de aquellas personas que se sienten atraídas por el “sexo opuesto”. Así como mencionamos que la cultura hace que una variedad de cuerpos sea construida en dos únicos géneros, diferentes y desiguales, esa misma cultura nos dice que esos géneros también son complementarios y por ende deben unirse y buscarse. 

El conflicto aparece cuando no tenemos la intención normativa y formativa de buscar la complementariedad y si la buscamos no lo hacemos mediante el encuentro con el otro género sino de manera diversa, singular y particular de cada ser.

La dificultad emerge al suponer que la única forma de complementarnos es a través del establecimiento de una relación sexoafectiva con el género considerado opuesto, entonces la heterosexualidad deja de ser una orientación posible para transformarse en una norma, regla y mandato sobre la única orientación sexual considerada normal y legítima. Para describir críticamente este fenómeno se usa el concepto de “heterosexualidad obligatoria”.

En esta línea la heterosexualidad es la “normal” porque es la que permite la reproducción. Sin embargo, las vías de acceso a la maternidad y paternidad, hoy en día, son múltiples. Y, además, ¿por qué creer que el fin primero y último de la sexualidad es la reproducción? La sexualidad es un proceso complejo de construcción en el que inciden múltiples factores. No puede ser reducido a explicaciones genéticas, biológicas ni psicológicas. 

La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales de los sujetos.

Es preciso abogar por que cada sexualidad pueda ser vivida de forma libre, placentera, cuidada, sin violencias ni discriminación. Es importante mirar nuestras relaciones desde el enfoque de género, ya que esto nos permite observar que allí donde creíamos que había simples e inocentes diferencias, hay relaciones de inequidad, violencia e injusticia que se reproducen en el tiempo y por ende pensar que estas relaciones no son así, sino que están así, y es nuestra intención es generar una transformación de estos parámetros.

Por estos motivos es muy importante plantear el concepto de masculinidad para reflexionar lo que ello implica (o lo que no). La masculinidad es un concepto difícil de definir, por lo que vamos a comenzar por lo que la masculinidad NO ES. 

La masculinidad NO ES un hecho biológico, no depende de los genitales con los que hayamos nacido. La masculinidad NO ES la manifestación de una esencia interior, no está determinada ni por el alma ni por las energías. La masculinidad NO ES un conjunto de atributos propiedad de los varones, no es algo que se tiene o que se posee. 

Entonces, ¿qué es la masculinidad? La masculinidad es un concepto relacional. Es un conjunto de significados, siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con nuestro mundo. La masculinidad no es estática ni atemporal, sino dinámica y diversa. Por ende, existen inmensas formas de ejercer la masculinidad, tantas como seres la sientan.

 

Voces que oír

Para continuar con este análisis me gustaría ir más allá del género trayendo los conceptos y teoría que nos acerca la filósofa norteamericana Judit Butler sobre el sexo y el género que entiendo nos aportan a la reflexión. 

Por su parte, Butler apunta a desmantelar tanto la concepción de sujeto universalista que sustenta la política liberal actual, como los procesos de esencialización. Así, para esta teoría, la orientación sexual, la identidad sexual y la expresión de género, son el resultado de una construcción-producción social, histórica y cultural, y por lo tanto no existen papeles sexuales o roles de género, esencial o biológicamente inscritos en la naturaleza humana. En otras palabras, en términos de lo humano, la única naturaleza es la cultura. 

Butler intenta generar una ruptura con las categorías generales respecto de nuestras ideas del sexo y el género que son aceptadas sin un cuestionamiento crítico y muchas veces son tomadas como sinónimos. Ella manifiesta que es necesario desnaturalizar y desesencializar ciertos conceptos que “nos vienen dados” y romper con las dicotomías en las que siempre pensamos para poder desplegar la temática del género en otras dimensiones. 

Ante esto, una de las primeras críticas que va a sugerir está relacionada a la teoría que sostiene que el sexo es natural, dado biológicamente, mientras que el género es construido socialmente. Ella explica que esta teoría solamente nos permite pensar dentro de la lógica del binarismo del género, es decir, que solo existen dos géneros (masculino y femenino) y que esto a su vez presupone la heterosexualidad como lo mencionamos anteriormente.

¿Por qué se plantea esto Butler? Porque de esta forma, la idea de un “sexo natural” que se organiza solamente en base a dos opciones opuestas y complementarias, perpetúa y sujeta el modelo heteronormativo que rige la sociedad. Este modelo impone solo dos opciones a los cuerpos: ser mujeres y hombres, comportarse femenina o masculinamente, respectivamente, y desear solo al sexo opuesto. Quienes no se conforman con este modelo se consideran “no normales” y así se perpetúa la homofobia y la transfobia en nuestra sociedad, menciona la filósofa.

Para Butler, cuestionar la “naturalidad del sexo” no significa negar la materialidad del cuerpo o decir que el cuerpo no existe, sino que hay que pensar al cuerpo como un campo de relaciones dependiente e interdependiente. “Si al cuerpo se lo trata nada más como una cosa verificable, discreta, perderemos de vista las relaciones en las cuales existe”. 

En este sentido, la filósofa también explica que no hay un acceso directo a la materialidad del cuerpo sino es a través del discurso, que, sin embargo, tampoco puede capturar al cuerpo por completo. Butler sostiene en la conferencia “Cuerpos que todavía importan” que el cuerpo probablemente sea el nombre de nuestra humildad conceptual. 

De esta forma, el género y el sexo son actuaciones, actos performativos que son modalidades del discurso autoritario; esa performatividad apunta en el mismo sentido al poder del discurso para realizar (producir) aquello que enuncia, y por lo tanto permite reflexionar acerca de cómo el poder hegemónico heterocentrado actúa como discurso creador de realidades socioculturales.

En este sentido puede entenderse al sexo y al género como una construcción del cuerpo y de la subjetividad fruto del efecto performativo de una repetición ritualizada de actos que acaban naturalizándose y produciendo la ilusión de una sustancia, de una esencia. Tales producciones genéricas y sexuales se dan en el marco de la denominada por Butler, Matriz Heterosexual”. 

Como ejemplo de esta Matriz Heterosexual, podemos observar las prácticas de crianza occidentales en las cuales desde que nace el niño tiene un lugar y un papel predeterminado en el mundo: su ropa será azul, sus juegos estarán relacionados con la fuerza, la competencia y el poder (armas, carros, fútbol, caballos de madera etc.); tendrá menos restricciones en su movimiento (no usará vestidos largos e incómodos, polleras ni zapatos de taco), el trato de los hombres de la casa hacia él tendrá cierto nivel de fuerza y temple; y por supuesto se le prohibirá en lo posible llorar (‘los hombres no lloran’) o ser ‘afeminado’ (maquillarse, jugar con muñecas o con utensilios de cocina), así como expresar atracción o sentimiento estético por otros niños.

Si seguimos con nuestro recorrido sobre el género mencionando que es un dispositivo de poder, un guion para la socialización de varones y mujeres, la masculinidad es esa dimensión del dispositivo y del guion destinada a la educación de los varones CIS en ciertos mandatos y prácticas. 

Entonces las masculinidades y lo decimos en plural para dar cuenta de que pueden existir diversas formas de ser varones, e incluso, diversas identidades masculinas, sean varones o no. Por ejemplo, personas no binarias, lesbianas o mujeres que se identifican y expresan desde una apropiación singular de la masculinidad. Si bien esto es cierto, es imprescindible que problematicemos la masculinidad no solo en plural, atendiendo a las diversas identidades o expresiones de género que se autoperciben masculinas, sino como un dispositivo que produce y reproduce relaciones desiguales de poder. En ese sentido, la masculinidad en singular es un mandato, un conjunto de normas, de prácticas y de discursos, que de ser asumidos de forma más o menos “exitosa” asignan a los varones (cisgénero y heterosexuales, sobre todo) una posición social privilegiada respecto de otras identidades de género.

Por su parte, la docente Graciela Catellano realizando un análisis sobre la teoría de Butler comenta que tanto la sexualidad canónica, hegemónica, como la transgresora, “ininteligible”, se construyen mediante la performatividad, es decir, por medio de la repetición ritualizada de actos de habla y de todo un repertorio de gestos corporales que obedecen a un estilo relacionado con uno de los dos géneros culturales. Esta repetición ritualizada no es opcional, sino que se basa en un discurso regulativo, una exigencia constante del entorno, encaminada a “producir aquellos fenómenos que regulan y constriñen” la conducta en relación con la identidad sexual. Cuando se produce el resultado esperado, tenemos un género y una sexualidad culturalmente considerados congruentes con el sexo del sujeto. “Normalidad”.

En otras palabras, para la teoría de la performatividad de género, el sujeto excluido, innombrable, abyecto, “anormal” es el efecto de la producción de una red de dispositivos de saber/poder, que Judith Butler, en términos modernos y apoyándose en el concepto elaborado por Jacques Derrida, de enunciado performativo, caracterizará en unos de sus últimos trabajos, como: “el sujeto es el resultado del proceso de subjetivación, de interpretación, de asumir performativamente alguna posición fija”.

Tomando lo antes mencionado es interesante recapacitar acerca del concepto de “Democracia Radical” que evocan los filósofos Laclau y Mouffe, el cual se ha venido fortaleciendo en los últimos años como salida política transformativa, que permite la inclusión progresiva de aquellos sectores que como el LGTBIQ+, han estado excluidos del juego democrático y político. Hablar de Democracia Radical es pensar en antiesencialismo, en crítica a toda clase de universalismos excluyentes, en reivindicación de la política como conflicto y de la lucha por el posicionamiento de sectores sociales históricamente excluidos. Por tales razones, la propuesta de Butler ha venido a dar fuerza a esta visión transformadora de la política y la cultura hegemónica actual. 

La apuesta por la construcción de la Democracia Radical permitirá progresivamente la transformación de los imaginarios colectivos sobre la diferencia y la diversidad, que se reflejará en el mediano o largo plazo, un replanteamiento de cuestiones identitarias que anteriormente eran vistas como esenciales e inamovibles. Esto, como consecuencia de que en la política Democrática Radical, precisamente no existe el espacio para ningún tipo de inamovibles, todos tienen plena validez en el discurso político y transformativo. 

Aparece entonces en este punto un giro conceptual fundamental para las políticas actuales de respuesta al debate por el reconocimiento de la diversidad sexual y de género, es decir, las políticas de la igualdad liberal y la política de la diferencia: ya no estamos en los terrenos de la búsqueda de aceptación social, “la tolerancia” y su consabida respuesta convocando a la privatización y la discreción; o haciendo un llamado a la concesión de derechos.

De aquí que para la teoría de la performatividad de género, la lucha no sería una lucha de carácter identitario; tampoco una lucha por la normalización o el reclamo de tolerancia (se tolera lo que no se soporta, lo que no se desea que exista: se tolera el dolor, la guerra, la enfermedad, etc.), sino una lucha por el respeto pleno (se respeta lo que se le concede calidad de digno, lo que se reconoce como respetable), por el reconocimiento de la diferencia y la diversidad sexual y por su desnaturalización: posiblemente una lucha ardua y prolongada por la construcción de un nuevo orden simbólico. Y el camino para tal transformación está integrado a la lucha por la construcción de la ciudadanía democrática y radical. 

En palabras de la profesora e investigadora Gabriela Castellanos: “Desde una perspectiva crítica lo humano puede ser visto como diverso, precisamente porque es una especie de diálogo entre naturaleza y cultura, entre el mundo físico y el mundo social y cultural. Lo humano es precisamente la posibilidad de invocar identidades en distintos momentos a partir de un cierto repertorio más o menos estable y al mismo tiempo más o menos fluctuante a lo largo de la vida. 

En esta línea de acción es imperativo deconstruir todas las categorías binarias de la lógica de la dominación: bueno/malo, bello/feo, normal/anormal, blanco/ negro, hétero/homo, gay/lesbiana. Del mismo modo, es igualmente necesario deconstruir el heterocentrismo (parte esencial del orden simbólico imperante), que es el discurso normativo hegemónico que modela los cuerpos y prescribe implícitamente el deber ser erótico-sexual del sujeto, del otro. El fin último no es fortalecer o solidificar ningún tipo de identidad, sino desmenuzar las dicotomías citadas con el fin de desestabilizar todas las identidades fijas, para así propiciar la emergencia de diferencias múltiples, no binarias, cambiantes, móviles. 

En términos de Derrida nuevamente, crear las condiciones para la emergencia de la Dífferance opuesta a la Difference; o en términos de Deleuze y Guattari, la emergencia de las identidades nómadas. Entonces, el trabajo crítico filosófico de la teoría de la performatividad de género consistiría inicialmente en deconstruir tales categorías sobre las que se funda lo abyecto, el discurso de la normalidad y su concomitante discurso sobre la moralidad; la tarea será no asimilar lo indecible al dominio de lo decible para albergarlo allí, dentro de las normas de dominación existentes, sino destruir la confianza de la dominación.

Es entonces, fundamental desde este enfoque crítico tratar de abrir puntos de fuga, de multiplicar los espacios de resistencia, de acción micropolítica y de generar alianzas estratégicas no esencialistas entre los otros tipos de exclusiones. La diferencia modificaría necesariamente las jerarquías ya que, al introducir un nuevo significante en el sistema de representaciones en la cadena del significante, todas las relaciones diferenciales y de valor de los signos se alteran.

Bibliografía

  • Butler Judith (2010). “Judith Butler y la teoría de la performatividad de género”. Editorial Colegio Hispanoamericano.
  • Butler Judith (2022). “Cuerpos que importan”. Editorial Paidós
  • Clarín (2021). “Nuevas generaciones, infancias y adolescencias trans en Argentina”.
  • Castellanos Gabriela (2006) “Sexo, género y feminismos. Tes categorías en pugna”. Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad.
  • Deleuze, Gilles y Guattari Felix (1980) “Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia”. Editorial Pre-Textos.
  • Laclau Ernesto y Mouffe Chantal (2006). Editorial Fondo de Cultura Económica. «Hegemonía y Estrategia Socialista: Reconstruir la Izquierda Radical»
  • Soich Matías (2015). Tesis doctoral: Los devenires y la identidad de género: hacia un análisis lingüístico crítico y conceptual de la construcción de representaciones discursivas sobre la identidad de género en historias de vida personales de la ciudad de Buenos Aires.
Lic. Carla Elena
Lic. Carla Elena

Carla Elena. Autora del libro «Esi, haciendo camino al andar». Editorial Sudestada. Autora del capítulo se «De Esi si se habla» del libro sobre los 15 años de la ESI, compilado por la Legislatura Porteña. Coautora del capítulo «Bullying, una deconstrucción necesaria» del libro «Malestar en las escuelas, violencia de género, abordaje interdisciplinario». Ediciones Ricardo Vergara. Autora del capítulo «Abordar la ESI desde el arte, una oportunidad que no nos podemos perder» del libro «Escuelas en movimiento». Ediciones Ricardo Vergara y autora del capítulo «Violencia una historia sin fin» del libro » Violencia de género, un abordaje interdisciplinario». Ediciones Ricardo Vergara. Autora del artículo: «ESI una deconstrucción social necesaria». Revista Actualidad Psicológica. Compiladora del libro “Feminismos y adolescencias” Editorial Sudestada. Autora del prólogo del libro “Adolescencias y ESI”. Editorial Bonum.
Psicóloga Social. Posgraduada en “Educación Sexual Integral: Desafíos de la implementación en el ámbito educativo y comunitario”.​ Diplomada en “Violencia Familiar y Género”. “Derecho de Niñez y Adolescencia”. “Discapacidad”. «Educación en Contextos de Encierro» “Despatologización de las Diferencias”, «Psicopatías», “ESI en territorios” y “Discapacidad y sexualidad”. Miembro de Forum Infancias. Docente. Columnista de Revistas Sudestada y El Furgón y Movimiento. Participa en Radio Tinkunaco, La casona y Radio Gráfica en micros de sociales. Miembro de la CONADI y Proyecto 7.
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