Género e infancias: ¿cuidadas o vigiladas?
De manera que mi papá me enseñó a escribir y mi mamá a leer. Me llevaron a la vera de un bosque y me dejaron sola ahí, esperando que entre y me pierda para siempre.”
Camila Sosa Villada (El viaje inútil)
Estas reflexiones forman parte de un recorrido realizado a lo largo de años de investigación en el cruce entre arte, estudios de género y estudios de la subjetividad. Comenzaron siendo tal vez preguntas muy ingenuas: “¿por qué los varones esto, y las nenas aquello?”. O incluso: “esto que digo de los varones, ¿se puede decir también de las mujeres y viceversa?”; “¿No hay acaso mujeres fuertes y varones sensibles?”. Tal vez esté bien que un pequeño escrito que intenta pensar la infancia comience con mis propias viejas preguntas de la infancia. Porque vaya que estas preguntas me perseguían, no tanto (o tan conscientemente) en la llamada diferencia anatómica, sino en los modos “correctos” o “incorrectos” de ser varones y mujeres. Tal vez, porque desde que tengo recuerdos, mis modos particulares de ser varón no eran los más “correctos”.
Las respuestas a esas preguntas, aunque tentativas, tomaron forma al calor de las teorías feministas y queer, y de viejos y nuevos problemas filosóficos: no hay nada “esencial” en esos modos de ser y estar, en el sentido abstracto y general del término. Lo que hay, sí, son procesos históricos y luchas de poder, transformaciones y negociaciones, disputas que pueden expandir la vida, los modos múltiples y singulares de existencia, y momentos, como en la actualidad, en donde los contraataques a esas aperturas se presentan en la forma de arcaísmos peligrosos y resentidos.
El sistema del Género
El género no es simplemente aquello que describe a una persona en tanto varón o mujer, masculino o femenino. El género es un sistema de organización social de los cuerpos, un sistema que ordena, distribuye, permite o limita, facilita ciertas experiencias para ciertos cuerpos y dificulta otras. Que el género sea un sistema implica que no es un dato natural, sino un proceso histórico, cultural, social y político. Los saberes actuales nos permiten reflexionar sobre este sistema. Las investigaciones históricas demuestran por ejemplo que en otros momentos se concebían de manera muy diferentes los roles de género, no existían distinciones que hoy nos parecen tan naturales, ni categorías que son parte del sistema del género, como el amor romántico, que hoy se encuentra abundantemente historizado. A su vez los estudios antropológicos nos han dado también la posibilidad de comprender que este sistema y estas categorías (varón, mujer, amor romántico, roles asignados, valores, etc.) también cambian, no sólo con las épocas, sino en los distintos puntos geográficos y culturales del mundo. En muchas culturas nativas norteamericanas, como los pueblos Cherokee, Navajo y Dakota han existido siempre más de dos géneros en los cuales las personas viven, contemplando por ejemplo a personas nombradas con la frase niizh manidoowag (‘dos espíritus’ en lengua ojibwa), (1) entre otras posibilidades. También en la tradición zapoteca, en México, encontramos la expresión muxe para nombrar aquellas personas que han sido asignadas al nacer como varones pero que transitan el género femenino. Para estas culturas y muchas otras, estas personas pueden ser tradicionalmente estimadas en la sociedad y cumplen funciones rituales, sagradas, son consideradas mediadoras y portadoras de saberes especiales. Los estudios antropológicos y las revisiones historiográficas nos muestran que en el mundo existen muchas más identidades de género que sólo dos y eso también está cambiando en nuestra propia sociedad en la actualidad.
Binarismo de Género
Al sistema del género que ha organizado los cuerpos de nuestras sociedades modernas en los últimos tres siglos podemos darle el nombre de binarismo de género. Este sistema se teje en un complejo entramado de los dogmas religiosos cristianos con los saberes médicos, psiquiátricos y pedagógicos entre los siglos XVII y XVIII (Foucault 2000). Estos discursos, a través de las instituciones disciplinarias descritas y analizadas por Foucault (2004) afirman y naturalizan que sólo puede haber dos géneros, varón y mujer, y que esos géneros deben coincidir con el sexo asignado al cuerpo y que también es considerado únicamente de manera binaria, macho o hembra, masculino o femenino. Así, el binarismo de género considera a todas las diversidades, sean éstas otras orientaciones sexuales no heterosexuales u otras expresiones de género no binarias, como anormalidades, como anomalías, perversiones o patologías que hay que corregir, encauzar, normalizar.
Desde finales de los años ‘40 el llamado feminismo de la Segunda Ola comenzó a afirmar lo que hoy llamamos el “sistema sexo-género”, y esta teoría sostiene que si bien el sexo es lo dado (considerado natural) el género es lo construido social e históricamente. Esta tradición feminista afirmó que “biología no es destino” e impulsó una serie de cuestionamientos y transformaciones en los roles asignados para cada género.
La partición sexo-género, como herramienta conceptual, fue fructífera y productiva, teórica y políticamente hablando, pero también entra en crisis desde mediados de los ’70, por la emergencia de colectivos travestis-trans y los movimientos descoloniales: eso que ponemos en el lugar del sexo como “naturaleza” también es aquello que una cultura específica considera como naturaleza. Así nacen los llamados feminismos de la Tercera Ola y los estudios Queer.
En los últimos años, una serie de teorías e investigaciones sobre el género y la corporalidad (Butler, 2006, 2008; Preciado 2002; 2011; Haraway 1995) argumentan y sostienen que eso que llamamos sexo biológico tampoco es un “dato” de la realidad, ni algo natural, sino un conjunto de saberes creados, sostenidos, modulados por las prácticas y discursos de las ciencias modernas. Tomando distancia del sistema sexo/género, estas nuevas perspectivas afirman que el género es un sistema social que preexiste al sexo, en tanto organiza el modo en que nuestra cultura “da sentido”, clasifica, nombra, ordena y regula eso que llamamos biología y naturaleza. El sexo no se encuentra antes del género, sino que es el producto de una organización social que delimita y define aquello que considera “natural”, y eso ha variado siempre para cada sociedad en cada momento histórico dado. (2) De hecho, en nuestra sociedad hemos tendido a afirmar que “naturalmente” hay dos sexos cuando la propia biología es mucho más compleja y variable, y no es para nada binaria. (3)
Vigilancias del Género
El binarismo de género es un sistema que configura a los cuerpos siempre como forzados a una única opción de género posible, debiendo coincidir ésta con lo que el propio sistema considera como “sexo natural”, esto es, una cierta configuración genital, anatómica, cromosómica, que la cultura lee como masculino o femenino. Desde el momento en que una comunidad (una familia, el sistema médico, un grupo social) recibe la noticia de la llegada de una infancia al mundo, esa subjetividad es sistemáticamente forzada a entrar en esa categorización, mucho antes incluso de nacer. ¿Esto es un problema? En sí mismo, no, para nada. Las categorizaciones pueden ser más o menos binarias y todas las sociedades recurren a ellas para organizar el mundo, el tiempo y el espacio, lo mismo y lo otro, el adentro y el afuera (Lévi-Strauss 1964 ; Foucault 2005). “Venir al mundo”, como nos recuerda Sloterdijk (2006) es venir al lenguaje, y en este sentido es advenir, en gran medida, a un sistema de consignas. El problema lo enfrentamos cuando nuestras infancias dan signos de querer moverse de ellas, o expresan su radical particularidad. Allí se pone a prueba la capacidad de una sociedad para soportar la diferencia, la variación, la singularidad.
Cuando las crianzas (4) no son toleradas en su singularidad, se convierten, nada más y nada menos que en puro objeto de domesticación. Cuando el mundo adulto, el campo social, se vuelve incapaz de soportar (en el sentido físico, material, de la palabra) la diferencia, las particularidades, las llamadas “rarezas” de las infancias, éstas pierden su estatuto de sujetos de derechos, y dejan de estar cuidadas. Sufren un modo de violencia distinto, pero igual de persistente que la violencia física y material cuando sus derechos primordiales son violados (alimentación, salud, resguardo). Esas violencias pueden presentarse de manera más sutil e incluso disimulada por los privilegios de clase, que ocultan que, aunque al niño o niña “no le falte nada”, eso es condición necesaria, pero no suficiente, para su expresión personal. De este modo las infancias pasan a estar vigiladas, por los mandatos y las expectativas del género, y muchos otros.
Tiempo de infancia
Me gustaría invitarles aquí también a pensar la infancia como un tipo específico de temporalidad. No se trata solamente de un sujeto individual o social. La infancia es una temporalidad de la subjetividad. Y es ineludible para cualquier subjetividad. Nadie puede prescindir de su tiempo de infancia. Incluso allí donde la crueldad, la desidia, el descuido arrasan con el tiempo de infancia en las infancias, allí con más razón es un acto político y clínico cultivar tiempo de infancia, incluso y especialmente en la vida adulta. Pienso si efectivamente el trabajo clínico, como el pedagógico, no se compromete acaso con una producción de nuevas temporalidades de infancia.
Gregory Bateson afirma que es muy difícil definir qué es la salud porque llegamos a identificarla allí donde la perdemos (1993). Pienso que tal vez producir salud, un buen proceso clínico o político, lo encontramos allí en donde surge o resurge un tiempo de infancia para la subjetividad.
¿A qué llamo esta temporalidad específica de infancia? Gilles Deleuze insiste en una bella expresión para nombrar esta temporalidad: el “bloque de infancia” (1996). Nunca es un recuerdo infantil, no es un tiempo pasado, sedimentado. Es anónimo y contemporáneo a nuestra subjetividad, funciona siempre en el presente, y no es personal. Esta temporalidad es no-lineal. No es pasado, es un presente acontecimental y está directamente ligado a la posibilidad de devenires. El bloque de infancia es condición de posibilidad para el devenir.
Definiría esta temporalidad, entre otros rasgos, por una cierta capacidad para el asombro, y una flexibilidad para las conexiones extrañas, heterogéneas. Podríamos afirmar que tal vez no se puede desear sin un devenir-niñx del adulto. La temporalidad de infancia emerge como bloque allí en donde nos “encontramos” – distraídxs, por traer una paradoja más: jugar serio y en serio, en una concentrada distracción. El deseo es entonces un juego que es necesario jugar en serio. Deseo se entiende aquí como conexión heterogénea que produce singularidad.
La temporalidad de infancia es siempre un tiempo queer, que es una expresión inglesa usada largamente para nombrar lo raro, lo torcido, lo desviado, aquello que no entra dentro de la norma. La infancia por definición es queer, es monstruosa, es desviada. Sólo los dispositivos de producción de normalización y de infancias dóciles desmantelan y cristalizan esa potencia monstruosa de infancia. Devenir-niñx es entrar en otro tipo de devenires, animales y monstruosos, en donde y a través de los cuales nos singularizamos. No hay infancias “normales” y otras patológicas, diversas, queer y/o monstruosas. Hay infancias docilizadas, donde sus conexiones con los mundos circundantes están bloqueadas. Y hay otras, que pueden jugar.
Cuidar la infancia entonces consiste en modos mucho más complejos que sólo cuidar al sujeto infante: es cuidar el tiempo de germinación, el modo singular de jugar, de estar, de existir, es cuidar la transformación y propiciarla. Las prácticas artísticas suelen ser esos territorios en donde las personas de todas las edades vuelven a inventar bloques de infancia, ese tiempo fuera de Cronos, que es cosmogenético: un acto de creación (un juego, una obra, una escritura, un poema, un dibujo, una canción, un proyecto cualquiera que nos entusiasma, cualquier acto instaurador) es siempre creación de tiempo-espacio, es siempre creador de mundos. Las infancias lo saben y lo entienden más que el mundo adulto, que tiende a olvidar sistemáticamente su necesidad de devenires y de bloques de infancia.
Las personas queer, pertenecientes a los colectivos LGBTIQ+, llamadas diversas (pero ¿quién no lo sería?) han encontrado en las prácticas artísticas modos de resistencia creativa, modos alternativos de subjetivación más allá de las vigilancias, modos de cuestionamiento al Sistema de Género cis-hetero-patriarcal. Ficciones como El viaje inútil (2018), de Camila Sosa Villada, donde la protagonista narra su relación de infancia con la escritura, poemarios como Crianzas (2016), de Susy Shock y experimentaciones audiovisuales como “Pequeña Elizabeth-Mati, the Little Mermaid doblada al castellano” (2012), de Effy Beth donde la artista reedita antiguos VHS de su infancia entre Israel y Argentina, son algunos momentos de la historia reciente de las prácticas artísticas en Argentina que se hacen cargo de la relación entre infancia (cuerpo y singularidad) y arte como actos de recreación de subjetividad. En esa línea podemos incluir el documental “El silencio es un cuerpo que cae” (2018) de Agustina Comedi, conmovedora exploración cinematográfica de su directora a través también, como Effy Beth, de los archivos caseros de la subjetividad. Reside en esas prácticas la búsqueda y la recreación de una infancia a la medida propia, un gesto de rebeldía ante el destino de una infancia vigilada y descuidada, la búsqueda de un bloque-de-infancia que nos permita devenir, también a lectores y espectadores, menos y más de lxs que fuimos.

Referencias
- Una entrada bien fundamentada y con referencias bibliográficas científicas se encuentra en: https://es.wikipedia.org/wiki/Dos_espíritus.
- Por esta razón, afirmamos hoy que tanto los sexos como los géneros son constructos sociales y esto no en el sentido en que sean fenómenos puramente lingüísticos o discursivos, sino que son procesos materialmente densos, técnicamente modulados, para una ampliación de estas discusiones es posible leer los textos de Butler y Preciado citados anteriormente.
- El campo de la biología actualmente despliega una serie de relecturas de sus operaciones epistémicas, para profundizar en estas perspectivas puede consultarse Fausto-Sterling (2006), Roughgarden (2021) y Barad (2024).
- Retomo esa hermosa expresión en lengua portuguesa que Susy Shock, artista, poeta y docente travesti utiliza como título de su libro, Crianzas (2016).
Bibliografía
Barad, Karen (2024). La performatividad cuir de la naturaleza. Buenos Aires, Hekht.
Bateson, Gregory (1993) Una unidad sagrada. Barcelona, Gedisa
Butler, Judith (2006). Deshacer el género (2004). Buenos Aires, Paidós.
Butler, Judith (2007). El género en disputa (1990). Buenos Aires, Paidós.
Butler, Judith (2008). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo” (1993). Bs. As., Paidós.
Deleuze, Gilles (1996). Crítica y clínica. Barcelona, Anagrama.
Fausto-Sterling, Anne (2006). Cuerpos sexuados. La política de género y la construcción de la sexualidad. Barcelona, Melusina.
Foucault, Michel (2000). Historia de la sexualidad. 1- La voluntad de saber (1976). Buenos Aires, Siglo XXI.
Foucault, Michel (2004). Vigilar y castigar (1975). Buenos Aires, Siglo XXI.
Foucault, Michel (2005). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas (1966). Buenos Aires, Siglo XXI.
Haraway, Donna (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid, Cátedra.
Lévi-Strauss, Claude (1964). El pensamiento salvaje. México, FCE.
Preciado, Paul, B. (2002). Manifiesto contra-sexual. Prácticas subversivas de identidad sexual. Madrid, Opera Prima.
Preciado, Paul, B. (2008). Testo Yonqui. Madrid, Espasa.
Preciado, Paul, B. (2009). “Queer. Historia de una palabra”. En: Revista/Blog Parole de queer, abril-junio de 2009. Online (última consulta: 14-8-15): https://paroledequeer.blogspot.com/2012/04/queer-historia-de-una-palabra-por-paul.html
Roughgarden, Joan (2021). El arcoíris de la evolución. Diversidad, género y sexualidad en la naturaleza y en las personas. Madrid, Capitán Swing.
Shock, Susy (2016). Crianzas. Historias para crecer en toda la diversidad. Buenos Aires, Editorial Muchas Nueces.
Sloterdijk, Peter (2006). Venir al mundo, venir al lenguaje. Valencia, Pre-Textos.

Pablo Farneda es Dr. en Teoría e Historia de las Artes (UBA). Lic. en Comunicación Social (UNER). Es docente de grado en UBA y de doctorado en UNTREF. Dicta seminarios y talleres en distintas instituciones de Argentina y Perú, así como de manera particular en torno a géneros, cuerpo, arte, filosofía contemporánea y psicoanálisis. En 2021 publicó “Como hacerse un cuerpo en el Arte. Prácticas artísticas y desobediencias al Géneros” (Editorial La Hendija)