Literatura, infancias y derechos.

Literatura, infancias y derechos.
La literatura en el cuidado de las infancias, desde la perspectiva de género y derechos.

A veces, los cuentos son retumbos y destellos de hechos ciertos. Contamos lo que ocurrió. Otras veces, los cuentos son pedazos de sueños."

Vygotsky (2010) afirma que el lenguaje es una herramienta simbólica y cultural, que se adquiere y desarrolla en las prácticas sociales que los sujetos comparten en el contexto de su cultura y su comunidad. El lenguaje promueve el desarrollo cultural, subjetivo y cognitivo de las niñas y los niños, como así también el despliegue de las aptitudes humanas. Es por ello que las experiencias sociales y culturales, que propician la apropiación y el despliegue de las herramientas lingüísticas, son fundamentales para el desarrollo infantil.

No caben dudas, el lenguaje es la herramienta más valiosa con la que contamos para comunicarnos, para construir lazos sociales y ser parte una comunidad, para expresar lo que sentimos y pensamos, para comprender lo que otras personas intentan decirnos, para resolver conflictos que se nos presentan, para pensar, reflexionar y aprender.

Las palabras nos permiten nombrar, comprender y habitar el mundo. Palabras que compartimos, cuando conversamos, cuando traemos a la memoria vivencias pasadas y narramos nuestra propia historia. Palabras que pueden nombrar la realidad más próxima y tangible, palabras que pueden explicarnos acerca de los conocimientos más complejo y abstractos construidos por las ciencias y que, también, pueden crear otros mundos posibles. De esto último, se ocupa la literatura que toma prestadas las palabras de nuestra lengua y de nuestra cultura, para hacer algo diferente, sin fines utilitarios, pero con fines estéticos, evitando aludir a los significados por todos/as conocidos, para recurrir a los sentidos más profundos, aquellos que cada persona es capaz de hallar y recrear en el encuentro con la lectura de un texto.

En este sentido, la escritora María Teresa Andruetto (2013) se pregunta: “¿Para qué sirve la ficción? ¿Tiene alguna utilidad, alguna funcionalidad en la formación de una persona, en nuestro caso de un niño, es decir justamente de una persona en formación? Vamos los hombres y mujeres al diccionario para saber algo acerca de las palabras y a los libros de ciencia para saber de ciencia y a los diarios y periódicos para leer las noticias de último momento y a las carteleras de cine para saber qué películas pasan. Pero ¿a qué sitio vamos para saber acerca de nosotros mismos? Los lectores vamos a la ficción para comprendernos, para conocer algo más acerca de nuestras contradicciones, miserias y grandezas, es decir lo más profundamente humano (…) el relato de ficción sigue existiendo como producto de la cultura, porque viene a decirnos acerca de nosotros de un modo que aún no pueden decir las ciencias ni las estadísticas”. (p.32.33)

Además, la literatura se vincula con la actividad lúdica propia de la infancia. Las niñas y los niños, a través del juego y de los relatos de ficción, tramitan pesares, buscan soluciones para los conflictos a los que se enfrentan, asumen diferentes roles y contemplan distintas perspectivas, aceptan reglas sociales y turnos de espera, toleran frustraciones y crean, gracias al poder de la fantasía, otras alternativas posibles en las escenas lúdicas y en los encuentros literarios de los que participan. Bruno Bettelheim (1976) explica que las niñas y los niños experimentan obstáculos que deben vencer en su cotidianeidad. La mente infantil se encuentra repleta de este tipo de dificultades y necesita la fantasía de los cuentos en las que el héroe –con quien consigue identificarse– encuentra con éxito la manera de salir de situaciones difíciles. La fantasía muestra un mundo donde el conflicto le pertenece a los personajes, pero las soluciones pueden aparecer por otros caminos ajenos a ellos. En otras palabras, la literatura les permite tramitar las frustraciones propias de su tiempo de infancia.

Ahora bien, es cierto que los juegos, juguetes y libros, históricamente, fueron fieles testigos (y partícipes necesarios) de la desigualdad de género, marcando las diferencias entre varones y mujeres. Desde su más temprana infancia, las niñas y los niños van aprendiendo lo que se espera de ellos/as, en su futuro, a través de las propuestas lúdicas, que el mercado les ofrece, y de las historias creadas por la literatura. Basta con visitar una juguetería, para observar la distribución de los juguetes y juegos en las vidrieras, y aguardar la pregunta que la mayoría de los/as vendedores suelen realizar: ¿buscás un juguete para nena o nene?

Al respecto, la politóloga Florencia Freijo (2020) señala que “si hay un mundo donde podemos ver muy claramente los roles que se nos asignan según nuestro género, ese es el de las jugueterías. De un lado, colores suaves, bebés, muñecas cuidadoras de otras muñecas más chicas, Barbies que tienen hijas y que también son mujeres, escobillones de la altura de una nena que aprendió a caminar ¡ayer!, brillos, muchos brillos, parece que nunca alcanza el brillo, pero sobre todo el rosa. Rosa fuerte, rosa bebé, rosita, rosado, fucsia. La industria de la maternidad, de la buena esposa de la mujer ahí retratada. (…) De nuestro lado, no están los telescopios ni los binoculares, ni los juegos de encastre, tampoco el microscopio. (…) Los fabricantes, las industrias, las marcas aún no pueden terminar con una división dualista y una imposición de los roles en el diseño de los juguetes, basada en el sexo biológico de niñas y niños y en los roles que culturalmente se cree que les pertenecen.” (p.128.129)

En igual sentido, los cuentos de princesas y los comics de superhéroes, entre otras historias posibles, replican los mandatos y roles asignados a varones y mujeres. Mujeres bellas, delgadas, esbeltas y eternamente jóvenes; mujeres obedientes, sumisas y calladas; mujeres encerradas entre cuatro paredes de palacios y castillos; mujeres que no participan de la vida pública de su comunidad; mujeres abnegadas, sufrientes y maltratadas. Varones fuertes, guerreros y valientes; varones que salvan el mundo y que rescatan a las mujeres de sus trágicas vidas para transformar su destino. Mujeres que pueden expresar sus emociones y reconocerse frágiles; varones que siempre deben ser poderosos y tienen la potestad de recurrir a la violencia para dirimir cualquier conflicto. De este modo, el mercado, puesto al servicio del patriarcado, define el presente de las infancias y sentencia su porvenir. Es importante mencionar que esto impacta en la vida de las niñas y los niños porque, en cualquier caso, son víctimas de los mandatos de feminidad y masculinidad los cuales condicionan e intentan moldear su subjetividad desde pequeños/as.

No obstante, la literatura –como expresión del arte– también se interesa por los problemas y las preocupaciones de cada sociedad y época. Es por ello que es comprensible que los relatos de ficción se hagan eco de la lucha del movimiento feminista en lo que respecta a la violencia machista, los femicidios, el abuso sexual infantil, como así también la necesidad de avanzar en la conquista de nuevos derechos y la igualdad de género.

A todo esto, se suman los aportes de la Ley de Educación Sexual Integral N.° 26.150 (2006) que, dentro de sus objetivos, se propone procurar igualdad de trato y oportunidades a varones y mujeres; promover la comprensión y el acompañamiento en la maduración afectiva del niño, niña y adolescente ayudándolo a formar su sexualidad y preparándolo para entablar relaciones interpersonales positivas; prevenir los malos tratos contra las infancias, y la cual también apuesta a la literatura para abordar temáticas complejas que afectan el desarrollo de las infancias y adolescencias de estos tiempos.

Literatura, infancias y derechos.

Muchos cuentos cuestionan los roles asignados a varones y mujeres, desde su más temprana infancia; como así también los prejuicios y los mitos arraigados en la sociedad, los mandatos sociales y los estereotipos de belleza. Sólo por nombrar algunos títulos de grandes escritoras y escritores: “La princesa y el garbanzo” de Hans Cristian Andersen, “La durmiente” y “Había una vez” de María Teresa Andruetto, “Miedo” de Graciela Cabal, “Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto” de María Elena Walsh, “Había una vez una princesa” de Graciela Montes. Y, de un tiempo a esta parte, otros tantos y diversos libros atentos a estas temáticas, que se han publicado.

A pesar de celebrar estas imprescindibles historias desobedientes, la escritora María Cristina Ramos (2018) nos ayuda a distinguir la verdadera literatura de aquellos relatos, que han sido escritos con una finalidad didáctica o pedagógica, y que algunas personas nombran “cuentos con valores”. Esta autora expresa que “la literatura elige llegar a la sensibilidad con su toque inspirador, para que te enamores de unos personajes y te fastidies con otros, para que se activen los espacios de tu subjetividad capaces de separar lo bueno de lo no tan bueno, lo justo de lo injusto, el odio de las infinitas formas de la vida. (…) permite entender el misterio de lo humano, el lenguaje de los silencios, la hondura de las miradas, el reclamo silencioso de alguien que se queda en un rincón. La literatura es para acompañar los sueños, para sostener y entender los deseos, para desplegarse, para conocer espacios de nosotros mismos que permanecen aún calladitos.” Es importante hacer esta distinción, para evitar caer en la trampa de recurrir a libros que, lejos de invitar a las niñeces a conocer, comprender y habitar otras realidades posibles, les indican cómo deben ser, pensar, sentir y vivir en el mundo que habitan. Esos cuentos “con valores” (un nuevo cliché que es funcional a la actual propuesta de la “educación emocional”), intentan camuflarse en los catálogos de literatura infantil, para que las niñas y los niños “aprendan a gestionar sus emociones”, y ser eficaces al momento de responder a aquello que el sistema y el mercado esperan de ellos/as.

En orden de lo antedicho, la licenciada en psicología Ana Kurtzbart (2021) señala que la educación emocional distorsiona nuestra mirada acerca de la afectividad humana, desde una perspectiva binaria y disciplinaria, dejando de lado los lazos sociales, y la incidencia de los contextos, los conflictos y la singularidad. Destaca que estas políticas educativas se proponen constituirse en una guía, un manual de procedimientos, recomendaciones y consejos para ser más aptos y productivos para alcanzar el éxito, siendo niños/as buenos/as y obedientes.

En este sentido, y pensando en la clínica en tiempos de infancia, es pertinente recordar que las intervenciones desarrolladas en el proceso de evaluación diagnóstica y abordaje terapéutico deben contemplar el trabajo interdisciplinario, el cual supone una mirada atenta a la singularidad de cada sujeto y a la complejidad de los procesos de desarrollo y aprendizaje. En palabras de Stolkiner (1999), un equipo interdisciplinario es un grupo que debe ser pensado con alguna lógica que contemple lo subjetivo y lo intersubjetivo. Ello implica numerosas renuncias, la primera es la renuncia a considerar que el saber de la propia disciplina es suficiente para dar cuenta del problema. Reconocer su incompletud es fundamental para gestar abordajes de problemáticas complejas que requieren de diferentes aportes, miradas, saberes y experiencias.

Además, la clínica con niñas y niños debe apostar al diálogo, al juego y a la literatura. La construcción de espacios en los que circulen los gestos, las miradas y las palabras, espacios lúdicos que promuevan el despliegue de la comunicación, del lenguaje, de la subjetividad, del pensamiento y así, el desarrollo infantil. Y, por supuesto, deben ser protagonistas la fantasía y la creatividad. Es urgente compartir relatos de ficción, que les aseguren a las niñas y a los niños que no existen destinos prefijados de antemano y que las historias siempre pueden tener finales distintos, para que tengan la certeza de que estamos dispuestos/as y comprometidos/as a acompañarlos/as a que sean ellas y ellos quienes escriban su propia historia.

Al respecto, la escritora Graciela Montes (2001) se pregunta: “¿seremos capaces de proteger a nuestros niños de los vientos salvajes del mercado?, o sea ¿seremos capaces de tejer redes, leyes, instituciones y conductas cotidianas que los cobijen y, a la vez, los hagan más resistentes? ¿Tendrá sentido volver a educarlos para ciudadanos libres, o alcanzará con que sean obedientes consumidores? Y también ¿seremos capaces de hacer eso por todos los niños o sólo educaremos al príncipe? (…) ¿elegiremos la responsabilidad social y el gesto solidario, o adoptaremos la forma de vida que nos propone la ley del rédito máximo del mercado, hecha de competencia, codicia e indiferencia?” (p.51)

Como profesionales de la salud, tenemos la responsabilidad de abandonar la concepción de una cronología universal del desarrollo y la noción de una niñez modelo, prototipo o estándar, una niñez alejada de su contexto y su época, para mirar a las infancias desde su singularidad, complejidad y diversidad. Nuestras intervenciones clínicas y terapéuticas no deberían responder a los designios del mercado ni convertirse en sentencias o condenas, por el contrario, debieran sostenerse en la mirada atenta, amorosa, ética y respetuosa, que les asegure a las niñas y los niños que este mundo puede convertirse en un lugar más justo y más amable, un lugar en el que quepan todas las niñas y todos los niños, todas las niñeces que no caben en las categorías conceptuales tradicionales (que ya es tiempo de desechar), para animarnos al encuentro real, auténtico, genuino y, por lo tanto, difícil de nominar y categorizar, que implica asumir el desafío de acompañar y cuidar su tiempo de infancia.

Literatura, infancias y derechos.

Bibliografía

Fernanda Felice
Fernanda Felice

Lic. en Fonoaudiología (FCM, UNR) dedicada al abordaje clínico del lenguaje y del aprendizaje en tiempos de infancia y adolescencia. Esp. en Alfabetización e Inclusión (CEI, UNR). Prof. Titular de la Cátedra Lenguaje y Aprendizaje Patológico (Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario). Directora de la Carrera de Posgrado “Especialización en Alfabetización e Inclusión (Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad Nacional de Rosario). Autora de “El tiempo de ser niñas y niños” (Laborde 2018), “Cuentos desobedientes. Cuentos para cuidar las infancias” (Laborde 2019) y “Diario de una princesa revolucionaria” (Sudestada 2021).