La voz, el género y el armado identitario en riesgo.
La construcción de las diversidades sexuales y de género, como proceso vital ineludible en las adolescencias, se encuentra vulnerado por la determinación a la que empuja el discurso de la época en su voracidad por acallar lo que interroga. Es así que, en su despliegue, un devenir que conlleva una oportunidad subjetivante, en ocasiones queda atrapado en capturas identitarias adheridas a etiquetas diagnósticas. Propio del avance de la mercantilización del malestar en la cultura que propicia el capitalismo en su enlace con el discurso científico.
La difusión de las designaciones diagnósticas replicadas en un código que se hace cotidiano, encuentra un modo exponencial en las redes. Lxs adolescentes son interceptadxs por la banalización del significado que los diagnósticos conllevan. El riesgo es el de quedar aisladxs con su sufrimiento donde el diagnóstico lxs incluye en un conjunto virtual con otrxs, sin los procesos sublimatorios necesarios para encauzar lo que pulsa en el malestar.
Las carencias simbólicas y los entramados identificatorios propios de toda cultura, así como las prohibiciones y los ideales que se postulan en cada una de ellas, participan en la constitución de las subjetividades adolescentes, así como en la emergencia de las diversidades sexogenéricas. Ambas se producen condicionadas por el discurso de la época, al describirlas, problematizarlas y categorizarlas.
Este discurso define lo que es salud y enfermedad. Por consiguiente, en nuestro trabajo estamos situados como actores protagónicos en el armado de prácticas no patologizantes. Debemos transformar esas definiciones de tal modo que alojen el surgimiento de una nueva subjetividad por venir.
Es necesario pensar entonces en las subjetividades emergentes de las adolescencias actuales, desde una perspectiva teórica, clínica y a la vez ética y política. (1)
Recupero una viñeta clínica para presentar algunas coordenadas del devenir adolescente de nuestros tiempos. (2)
La mamá me dice por teléfono que a Pía, “le están pasando cosas; dice que sólo las va a hablar con una psicóloga. Que tiene que lanzar una bomba”. Anticipa el poderío de sus palabras, y el carácter amenazante y destructivo que les confiere.
Las recibo a ambas. Nos presentamos, y la madre se retira para que podamos conversar a solas con Pía, quien elige sentarse cerca. A poco de empezar a hablar, carraspea y me dice que no está pudiendo hablar bien, que no le sale la voz y me pregunta si puede tener la sesión “susurrando”. Y ahí comenzamos las dos a hablarnos en voz muy bajita, “susurrando”. La armonía de nuestro encuentro también me llevó al susurro.
Cuando concluimos y su madre la viene a buscar, Pía se expresa sin dificultad y me saluda con un “¡chau, hasta la próxima!”.
Me quedo entre perpleja y asombrada por lo que había ocurrido.
Y pienso en “el susurro” como concepto. Su definición dice: “Ruido sordo y suave que produce una persona al hablar en voz muy baja”. Juguemos…..
Susurro y voz.
Sacar la voz.
Tener voz.
Voz propia.
Portavoz.
Tenerte a vos.
Vos con voz.
Yo con vos
Yo con voz…
Una escucha muy atenta, íntima y cercana era necesaria para alojar esos pensamientos que la habitaban como “murmullos”. Conjeturé que se trataba de “susurros estridentes”, o “rumores explosivos” que se quieren hacer oír, sin dañar, como una bomba. Eludiendo el designio que ubicaba como temible lo que tenía para decir, el susurro toma valor como un sensible tono de habla, el de los “callados”, “los que no se animan”, los que sienten que no pueden, pero quieren.
También pienso en “el susurro” como metáfora del proceso adolescente, donde la timidez, la retracción, la inhibición o “la explosión” como su contracara, la afirmación tenaz e implacable de sus convicciones y revueltas, son vaivenes necesarios y constitutivos de una subjetividad en trans/formación.
En el caso se presenta la incomodidad con su cuerpo. No le gusta lo que ve. Le gustaría ser de otra manera, quisiera poder decir lo que piensa y no se anima, le gustaría que le importe menos lo que piensen los demás.
Este es un tema central de la clínica con adolescentes, la reestructuración narcisista y libidinal propia de su momento vital, que se expresa en el entramado de su relato acerca de la relación con los otros.
Como lo sitúa Piera Aulagnier (3), la autonomía del yo libra una intensa lucha donde cuerpo, afecto y representación se juegan en la dialéctica intersubjetiva en el terreno del pensamiento y sus vicisitudes. Ubicándose aquí uno de los principales trabajos psíquicos de lxs adolescentes.
Escucho también en la manera de hablar de Pía, que el esfuerzo del pensar le trae una forma particular de decir al soltar algunas palabras en medio de una sintaxis subvertida. Profiere términos que tropiezan al querer pronunciarlos. Trastabillar, tropezar entre palabras, tonos y pensamientos, hasta encontrar la frase en que se afirma.
Cuando me cuenta los avatares sexuales y de género que comparte con sus amigxs, acentúa las designaciones identitarias que refieren íntimamente entre su grupo de pares, identificándose con identidades trans y no binaries; en las que se despliegan elecciones amorosas homosexuales y bisexuales. Hace especial hincapié en la conflictiva que se les presenta al no ser compartidas con el seno familiar, donde conservan identidades heteronormadas.
Sobre sí misma refiere “ser trans”, y así correrse del binarismo. Pía nombra numerosos proyectos vitales para ésta identidad en construcción. Paralelamente, aparece la pregunta: “¿cómo se hace para saber si tenés TDAH?”. Señala que en las redes sociales se habla de gente que tiene neurodivergencias diciendo que se identifica con esas cosas y a la vez queda confundida.
Como estamos advertidos, los medios de comunicación se sustentan con la proliferación de contenidos que pueblan las redes. Así, los medios difunden las ideologías dominantes enmascaradas en información a consumir.
En un reconocido portal de prensa podía leerse hace algún tiempo: “Hay un alarmante crecimiento de casos de adolescentes con disforia de género de inicio repentino (DGIR)”.
La nota destacaba a un grupo de madres de niñas y adolescentes con “Disforia Acelerada”, quienes se organizaban bajo el nombre “Manada” para desarrollar acciones que logren la vuelta a la “normalidad” de sus hijas. O sea…de Ma, nada.
La palabra trans, en la acepción que la liga a transgénero y/o transexual, se refiere a las personas que a diferencia del sexo que les fue asignado al nacer, adquieren otra identidad y expresión de género. Podemos pensar también, que en las adolescencias alude en sentido amplio a las variaciones que el deseo precisa para integrar la sexualidad a una representación posible, así como al propio armado identitario.
Trans, como prefijo, significa «más allá», «del otro lado», «a través de». El carácter económico del acaecer sexual, se transforma, se transfiere y se transcribe en el proceso adolescente.
El “más allá” del susurro en Pía, que traspasa la frontera de lo familiar, se ubica “más allá” de las identificaciones asignadas y ofrecidas, para resignificarlas y transformarlas.
Pía “a través de” la mirada de los otros, busca una nueva configuración del cuerpo infantil. El “otro lado», que la latencia no canceló y reaparece en sus nuevos signos.
“A través” del otro y “más allá” de lo asignado, se abre el no saber como causa de una transformación a construir.
El análisis, afín al espacio transicional winnicottiano, permitirá el despliegue del pasaje de la niñez a la adultez, como espacio potencial de creación (4).
Aún resuena en mí, el modo en que Pía expresó su necesidad de tratamiento: “Quisiera encontrarle el nombre a lo que me pasa, si es TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), Déficit de Atención, o algo así. No sé, ir de a poco y descomprimir ese mundo y sacarme peso de encima”.
Las palabras que pesan en el decir de quienes nos consultan, ponen a la luz los imaginarios propios del tiempo discursivo en el que se vive. Una formulación que proviene del malestar que en cada tiempo vital nos aqueja, esta vez se encuentra cercada por la asociación a la clasificación de un manual de psiquiatría. Lo vital de su inquietud, al decir que quiere “encontrarle el nombre a lo que me pasa”, se cancela como patología, estigma, etiqueta diagnóstica. Si la “atención” que se requiere del otro está traída en el trastorno seleccionado como nombre posible, TDAH, será entonces función del análisis prestarle la debida atención al susurro y al trastabillar de sus palabras.
En la pubertad la demanda identitaria se presenta con suma intensidad, aunque sepamos que la construcción identitaria de género comienza tempranamente, previa al reconocimiento de la diferencia sexual anatómica. Estas derivas, suelen aparecer en la clínica tal como proceden en el caso de Pía. La interrogación por la sexualidad y el género se entrelaza con preguntas por lo que tiene: TDAH, TEA o Dislexia.
La ruptura de los binarismos gestó nuevas subjetividades y la amplitud de derechos hacia las sexualidades diversas. Aun así, la vocación normativizante de la época, se sirve de lo diverso para volver a atarlo a lo biológico a través de la designación de “neurodivergente” a lo que no reproduce lo binario, reenviando nuevamente al binarismo.
Silvia Bleichmar (5) ubica que la identidad sexual tiene un estatuto tópico. Al posicionarse en el yo, se asienta en enunciados que transmiten valores y deseos de manera compleja. De tal modo que conduce a desarmonías internas, conflictos inconscientes y a situaciones dilemáticas. Si bien el yo representa los modos coagulados con los que se instaura la subjetividad, se entra en contradicción con la identidad asumida, cuando el sujeto se encuentra con la distancia que diferencia a los enunciados autoconservativos, que traducen parcialmente el orden vital del devenir y los autopreservativos que intentan hacer permanecer las nociones de qué y quién se es. (6)
Según François Marty (7), lo singular del proceso adolescente, consiste en cambiar y seguir siendo el mismo. Una definición que da la idea de la complejidad que alcanza esta tarea.
El trabajo psíquico que implica la pregunta por la identidad sexual, puede desviar a lxs adolescentes a buscar salidas de la angustia ligándola a alguna representación diagnóstica que dé sentido al padecer y por esa vía reorganice al yo.
Al reducir a patologías neurocognitivas lo que es propio del tránsito de un tiempo de fragilidad subjetiva, bajo el conjunto de la neurodiversidad, se ofrece una atadura a lo biológico que puede estabilizar al yo a costa de cancelar lo singular de la deriva pulsional y narcisista de cada sujeto. De este modo lo que es esperable y causa potencial de la articulación del deseo, como sentirse confuso, raro, diverso, se propone subsumirlo a designaciones que estigmatizan en lo orgánico, lo que es propio del lazo social y del proceder de lo simbólico.
Las neurodiversidades intentan reducir el campo de las diversidades identitarias, extirpándolo de su relación a los diferentes modos de producción de las subjetividades. Las que son emergentes de variables que se ubican en una época histórica, en contextos socio-político- económicos y sociales determinados, y en los que se despliegan y articulan los avatares libidinales de cada quien.
La singularidad que Pía encontró para representar el momento en que se hallaba, hizo su trazo tropezando, trastabillando, susurrando.
En la adolescencia las palabras se tropiezan con los pensamientos, las fantasías y las señales del cuerpo. La tarea del analista es señalar, justamente, que un tropezón no es caída.
Ante las adolescencias interrumpidas por diagnósticos psicopatológicos, el psicoanálisis preserva una apuesta vital al deseo, a la creatividad y a devenires potencialmente eróticos.
Psicóloga UBA. Psicoanalista. Especialista en Psicología Clínica (Ministerio de Salud de la Nación). Profesora Titular en la Carrera de Especialización en Psicoanálisis con Adolescentes (UCES – APBA), Asignatura “Adolescencias Complejas: abordajes y dispositivos en el campo clínico, educativo y comunitario. Prácticas subjetivantes”. Fue Docente universitaria de Grado y Posgrado, Facultad de Psicología, UBA. Fue Profesional de la Salud Pública de la Ciudad de Buenos Aires en Centro de Salud Mental N°1 «Dr. Hugo Rosarios», coordinando el Equipo de Adolescentes. Fue Directora Docente de Posgrados sobre Adolescencias, en la DGSM, GCBA. Miembro de la Asociación Civil Forum Infancias; integra la Comisión de Clínica y de Educación, y Co-Coordina la Comisión de Adolescencias. ruibal.alejandra@gmail.com
Referencias Bibliográficas
- Ruibal, A. (2023). Adolescencias complejas: hacia la construcción de devenires subjetivantes en los dispositivos clínicos. En Revista Actualidad Psicológica, Periódico Mensual abril (Nº527), 21-24. Buenos Aires.
- Ruibal, A. (2024). De devenires subjetivantes y capturas identitarias en las adolescencias. Sobre la construcción de las diversidades sexuales y de género. En Cuestiones de Infancia. Revista de psicoanálisis con niños y adolescentes “La construcción del diagnóstico en transferencia y los discursos sociales ¿Encierros rotulantes o aperturas terapéuticas?”. Vol. 25, N°1.
- Aulagnier, P. (1986). El derecho al secreto: condición para poder pensar. En Un intérprete en busca de sentido (p.245), (2ª ed.). México: Siglo veintiuno editores, 2005.
- Winnicott, D. (1971). Realidad y Juego. Buenos Aires: Gedisa, 1986.
- Bleichmar, S. (2005). Sostener los paradigmas despidiéndose del lastre. Una propuesta respecto al futuro del psicoanálisis (p. 19). En Intervención en crisis, ¿encuadre o dispositivo analítico?, (3ª ed.). Córdoba: Brujas.
- Bleichmar, S. (2006). Producción de subjetividad y constitución del psiquismo. En El Desmantelamiento de la Subjetividad. Estallido del yo (p. 3). Buenos Aires: Editorial Topía.
- Marty, F. (2015). La especificidad del proceso adolescente: cambiar y seguir siendo el mismo. En Donzino, G.; Morici, S. (comps.) Culturas adolescentes: subjetividades, contextos y debates actuales. Buenos Aires: Noveduc.