Ilustración que muestra a un adolescente de 16 años, leyendo un libro que se convierte en una pantalla digital de redes sociales.

Jorge se perdió en el enjambre

Día 1:

Hola, me llamo Jorge. Este va a ser mi diario personal. No escribo esto para nadie. Solo porque sí. Siento que tengo que expresarme en algún lado, mostrar lo que siento. Soy un tipo que le gusta reflexionar y decir lo que piensa.

Hoy dormí poco más de ocho horas. Abrí las ventanas y dejé que entrase el aire frio. Me hice el café sin prisa. Me senté a leer, sin distracciones. Subrayé algo que no entendí del todo, pero lo dejé así. Me gusta no entender a veces.

Ilustración que muestra a un adolescente de 16 años, escribiendo en su diario íntimo.

Día 2:

Un amigo me insistió con que me instale una red social. Me dijo que, si no estoy en línea, no existo. Me mostró su perfil, sus seguidores, sus likes. Dice que tengo buenas ideas, que debería compartirlas. No le veo la gracia, pero creo que lo haré, solo por probar.

Día 3:

Sin planearlo mucho, publiqué una crítica sobre un libro que yo mismo había escrito, no le puse hashtags ni nada de eso. No se cómo funcionan. Hubo un par de reacciones. Algunos comentarios positivos. No es lo mismo que conversar, pero igual me hace sentir acompañado. Como si mis pensamientos ya no quedaran encerrados en mi mente.

Pienso que tal vez no está mal mostrar un poco de uno mismo. Es compartir, ¿no?

Día 8:

Ya subí varias publicaciones. Me fijo en las estadísticas. Likes, vistas, tiempo de lectura. Todo tiene número. Ya no escribo solo por mí. Pienso como suena para los otros. Corregí una frase que me gustaba por otra porque podía malinterpretarse. Nunca había pensado tanto en cómo me ven. 

Cada vez tengo más alcance, creo que ya entiendo cómo funciona. No es lo que uno dice, sino es como uno se presenta. Todo es rápido. Una frase funciona o no. Si no es clara, nadie la lee. Si no genera algo, no sirve. Dejé de subir textos largos: no tienen likes. Lo que impacta es lo breve, lo directo, lo emocional.

Día 15: 

Dejé de escribir textos, ¿Quién tiene tiempo para leer? Cambié la complejidad por claridad, luego, la claridad por simpleza, y finalmente, la simpleza por pura imagen.

Ya no leo tanto como antes, no por falta de ganas sino porque siempre suena algo en mi celular, notificaciones. Tengo que estar al pendiente. Respondo mensajes. Actualizo. Reviso comentarios. Veo que está en tendencia.

A veces quiero volver a escribir solo por escribir. Pero se me va. Hay tanto movimiento en las redes sociales que parar da culpa. Prefiero seguir. Sentir que estoy. Que formo parte. Me parece “normal”.

Día 19:

Bajé una app que mide todo: pasos, sueño, estado de ánimo. Me pide una evaluación diaria. Me muestra gráficas de mí mismo.

Hoy dormí mal, según el gráfico. Me sentí mal, pero no sabía si por el sueño o por ver el dato. 

Al principio fue útil. Ahora no sé si soy yo quien decide. Cambio hábitos solo para ver mejores resultados en la app. No me siento forzado, pero tampoco libre.

Hoy comí una ensalada y la publiqué. No porque tuviera algo especial, sino porque “encajaba”. A veces publico cosas tristes, pero que se vean bien. Me devuelven más atención. Me comentan más.

Ilustración que muestra a un adolescente de 16 años, reflejándose en un celular gigante con la pantalla rota u métricas de redes sociales.

 

Día 29:

Ya sé qué funciona, qué engancha, lo que genera clics. Cambio mi forma de escribir para encajar mejor. Lo hago sin darme cuenta. No es que me fuerce, me sale solo.

No importa qué hago, todo puede usarse, una frase, una comida, un gesto, lo que sea, si encaja…

Cada vez filtro menos lo que siento. No por ser más auténtico. Sino porque ya da lo mismo. Entiendo que lo que no se muestra en las redes sociales, no existe.

A veces siento que algo no está bien. Pero me distraigo rápido.

Día 34:

Me acostumbré a opinar sin pensar mucho. No sé si tengo una idea clara, pero respondo igual. Lo importante es no quedarse callado.  Solo para no quedarme afuera. Publico, comparto, reacciono. Estoy siempre. No me desconecto. No quiero perder el ritmo. Mucho menos la atención.

Publico emociones que no siempre siento, pero sé que funcionan. Las que generan empatía.

El otro día vi que un influencer recomendaba un producto. Lo compré sin dudarlo, ¿Por qué alguien tan importante como un influencer no promocionaría productos de la mejor calidad?

Día 52:

Ya no escribo acá todos los días. No hace falta. Mi rutina ya está ajustada. Publico. Respondo. Reacciono. Todo fluye. Ya casi no tengo nada que no haya mostrado. No sé bien qué busco. A veces, solo que no se olviden de mí.

Una chica comentó que le gusta mi “autenticidad”. Sonreí. Pero no sé si es cierto. 

Siento que, si no muestro algo, no pasó. Lo que no se publica, se borra. Así que muestro todo, todo.

Intenté no abrir el celular por una hora. No duré ni quince minutos. Sentí un vacío raro. Como si me desconectara del mundo. Como si desapareciera.

Pensar ya no es útil. Solo ocupa espacio.

Día 58:

Hoy no sé qué siento.

No tengo nada que decir. Pero igual publiqué. Puse una frase bonita. No sé qué significa. Pero queda bien. Combina con la imagen.

Me cuesta dormir. No logro concentrarme. Todo es un fragmento. Todo es interrupción. Leo una frase, cambio de app, vuelvo, y ya la olvidé.

Intenté escribir algo más largo. No pude. Pensar se volvió pesado.

Ilustración que muestra a un adolescente de 16 años, abrumado por las redes sociales mientras camina aturdido por la calle.

 

Día 69:

Hoy no publiqué nada. Me pareció inútil. No tenía nada que decir. Pero esa sensación duró poco. Al rato, me sentí vacío. Como si no estar presente en las redes sociales significara fallar. Publiqué una foto vieja. Generó bastante reacción. Supongo que eso es algo.

Día 88:

No tengo mucho que decir hoy. Ni tiempo para escribir. Pero no es malo, estoy conectado, funciono, estoy, existo.

Subí una foto. Tuvo bastantes likes.

 

Ilustración que muestra a un adolescente de 16 años, solo en un ámbito público desértico. Con la compaña de su celular.