puerta, niño, raíces

Puertas . . .

Tiago tiene dos cicatrices largas en los brazos. Cicatrices gemelas. No cuenta nunca de qué. Huellas de una historia que sólo él sabe. No se ríe en los recreos, no le salen las cuentas en matemática y se le embarullan las palabras en Lengua.

Viene a hablar conmigo un día porque le dijeron que yo ayudaba a los estudiantes. Cierra la puerta y acerca la silla hacia mí. Demasiado. Te puedo contar algo, me pregunta. Asiento. Asiento sabiendo que hay puertas que una vez que se abren no se cierran más. Mi papá era malo, comienza. Sin quebrarse su voz, sin pestañear, al hueso, va detallando las palabras ardidas que le arroja ese padre y él ataja con la pequeñez de su cuerpo. Y a veces, me pegaba, mucho. Aclara que ya no. Desde esa vez, dice, desde esa vez no. Y cuenta. Estoica y muda lo escucho.

Qué hacemos, lo interrogo. No sé, me responde y se me queda mirando. Yo lo quiero, agrega bajito. Hablá con él, me pide. Decile que sea más bueno. Asiento. Me da su cuaderno y le escribo una nota al padre. Que venga le digo. Y no sé, no sé cómo se sigue. Pero sí sé que Tiago me dejó una súplica larga y dolorosa como sus cicatrices. Y que yo soy la que pongo mis manos como cuencos y recibo esa llave y me paro frente a esa puerta que una vez que se abre, no se cierra más.

Fragmento del libro Brasas, Ed Sudestada, 2019.

Marcela Alluz
Marcela Alluz

Psicopedagoga y Escritora.
Autora de los libros Brasas, Mujeres atragantadas, La otra de mí, Ella (Ed. Sudestada) Mal de muchas (Ed. El Ateneo) El dueño del río (Ed. Como pez en el cielo) Contigo en la distancia (Ed. Del boulevard)