Vínculos, historia y contexto en la constitución subjetiva. La clínica psicoanalítica y el posicionamiento ético.
Niñas y niños están gritando, hablando su lengua, diciendo desde donde pueden, con gestos, movimientos, llantos y explosiones, que necesitan ser escuchados."
B. Janin
Es muy claro que la salud mental se teje en vínculos y que nos constituimos como sujetos enlazándonos a otros… que necesitamos de los otros para vivir, pero no sólo para la subsistencia sino para poder armar deseos, pensamientos, ideales…
Y es en una historia compartida, que nos vamos haciendo humanos… gracias a las miradas, las voces, las escuchas y las caricias de otras y otros.
Pero estamos en una época bastante especial en relación a las infancias y adolescencias. Así, Camile Louis en La conspiración de les niñes, dice: “Lanzan una señal una pequeña de 2 años, un pequeño de cuatro, una adolescente de 16. Hay un “trastorno en el comportamiento” y “los niños están enfermos” se dice. …” (Louis, C 2023, pág 21) “Las dramáticas establecidas nunca les dejan otro lugar que aquel donde se almacenan las cenizas de los actos representados, dicho de otro modo, del lugar de los desechos.” (Pág 26)
Entonces, en esta era de trastornos y trastornados, cuando nos consultan por un niño con dificultades, ¿cómo nos posicionamos?
Mirá mi auto con las ruedas girando.
Un nene de tres años no habla y supuestamente no se comunica con los otros. Por supuesto viene diagnosticado como TEA. Me siento con él en el piso y toma un auto. Gira las ruedas. Los padres me dicen que les explicaron que cuando gira un objeto se lo tienen que sacar. Les pido que no se lo saquen. Tomo yo un auto y giro las ruedas e intento sentir lo que él siente. Mira mi auto con las ruedas girando. Lo tiro por el piso. Después de un rato, lanza el suyo y yo me apuro a atajarlo y se lo devuelvo. Me mira y me lo pasa. Estamos así jugando mucho tiempo. Cuando se va, le digo que me gustaría que vuelva y me mira, esbozando una sonrisa. Algo se intercambió, nos pusimos los dos en juego y pudimos jugar…
¿Desde qué lógica hay que anularle su propio modo de decir, el idioma que trae (dar vuelta la rueda) para adaptarlo a una supuesta normalidad, antes de escuchar, mirar, sentir lo que tiene para contarnos? Despojarlo de ese objeto que le puede dar seguridad, con el que se unifica de algún modo, lo puede hacer sentir más desolado y sujeto a voluntades ajenas, lo que lo lleva a un mayor encierro. Encierro que a veces se esconde tras una máscara de adaptación a lo que se le pide, de un modo mecánico.
¡Uy, vinieron un pie con zapatilla y una mano a visitarme…!
Un nene de seis años no quiere entrar a la escuela. Llora desesperadamente. Llega al consultorio con la madre, pero muestra que se quiere ir, y permanece pegado a ella. Lo espero. Le digo que puede quedarse con su mamá todo lo que quiera. Se esconde detrás de ella, sin mirarme. Inicio un juego: Veo una zapatilla… ¿de quién será esa zapatilla? Y ahora una mano… ¡Uy, vinieron un pie con zapatilla y una mano a visitarme…! Así voy siguiendo y él va asomando diferentes partes del cuerpo. Se ríe bajito, a escondidas. Ya hacia el final de la sesión se muestra entero, me mira y me sonríe. A la vez siguiente, la madre me dice que quería venir. La escena se repite. Se esconde detrás de ella y repetimos el juego. Después de un tiempo, se mete abajo del escritorio… abandonando ya el cuerpo materno y repite la secuencia. En una tercera sesión, se esconde directamente bajo el escritorio y luego me escondo yo. Y acepta que la madre lo espere afuera del consultorio. En pocas sesiones, este niño pudo separarse de su madre y entrar en la escuela contento. Pero para esto tuvo que ser tomado en cuenta con sus propios tiempos y su propia lógica. Tiempos y lógicas en las infancias que no son nunca las de los adultos.
Un espacio se estableció
Un espacio se estableció en ambos casos. Un espacio para desplegar dolores, angustias y también sueños y juegos. Si yo me hubiera quedado con las primeras sesiones y lo que me contaban y los hubiese rotulado, nunca me hubiese enterado en el primero de su capacidad de contar a través de acciones ni en el segundo de su pasión por el football. El darle tiempo, el esperarlo, el ir armando con él el cuerpo y dejar que se fuera mostrando de a poquito, le permitió confiar en ese nuevo espacio e iniciar una relación transferencial…
Espero que estos ejemplos muestren que la clínica tiene que ver con un posicionamiento ético y político. Porque nuestras intervenciones son una consecuencia de cómo pensamos al otro, si lo pensamos o no como un semejante diferente y a la infancia y la adolescencia como tiempos de constitución de subjetividad. Si estamos dispuestos a aprender con ellos y de ellos, sin imponerles nuestra supuesta normalidad.
También los abordajes varían en diferentes momentos histórico-políticos.
Como ejemplo, antes del 1976, o sea antes de la dictadura más cruel que tuvimos, en los hospitales y en los consultorios se hacían grupos terapéuticos. Yo coordiné varios grupos de adolescentes en el Centro de Salud Mental N° 1. Pero con la dictadura y la prohibición de hablar, de compartir cualquier información, esto desapareció. Todos pasamos a trabajar con pacientes solo en forma individual y proliferaron las teorías en las que lo social fue desconocido. Ya allí se vislumbró claramente el individualismo extremo, en oposición a un pensamiento colectivo, forjado entre muchos. Tardamos años, ya recobrada la democracia, en volver a trabajar de manera grupal y en devolverle a los vínculos y a los relatos el lugar que habían perdido.
Es cierto también que, en esos momentos, hubo quienes frente al terror se agruparon y constituyeron grupos de resistencia. Y salvaron en gran medida la salud psíquica de las generaciones siguientes. Madres y Abuelas enfrentaron el terror con solidaridad y lazos amorosos. A un nivel mucho más pequeño, los psicólogos también sostuvimos a través de la Fepra (la Federación de Psicólogos de la República Argentina), un lugar de resistencia y nos seguimos reuniendo y luchando por nuestros derechos.
Pero la clínica es política también porque cuando atendemos a otro, a un niño o un adolescente, podemos ubicarlo como esclavo, como aquel a quien le decimos lo que le pasa en base a síntomas y a partir de lo que otros dicen de él, sin escucharlo ni respetar sus modos particulares de contar, o podemos considerarlo un sujeto como nosotros, con el que construimos tanto lo que le ocurre como los modos de ayudarlo. Puede ser alguien a quien le imponemos nuestra propia lengua como si fuera la única (como hicieron los españoles cuando llegaron a América, que suponían que las habitantes de estas tierras eran salvajes e inferiores porque no hablaban su idioma) o considerarlos sujetos que despliegan su propio lenguaje y que nosotros tenemos que intentar descifrar sus voces y entablar un idioma compartido.
Claramente, cuando se ubica a un niño como “objeto de observación”, lo desubjetivamos, siguiendo los mandatos de una sociedad en la que lo que importa es que seamos consumidores y productores, no personas. Y cuando ubicamos a los padres como “observadores” de los hijos, en vez de ser padres, dejamos a los niños sin padres, sin tener ese otro que puede contener a veces y enojarse otras veces, que juega ambivalencias pero se pone en juego. Los padres se convierten en observadores y adiestradores, a la vez que son juzgados por los profesionales que les dicen lo que tienen que hacer.
La idea del hombre-máquina, propia de la sociedad neoliberal, se materializa en esa mirada del niño como alguien a ser “adaptado”, condicionado… sin dar lugar a que exprese su sufrimiento y sin tener en cuenta que sus síntomas son justamente el modo en que nos cuenta sus sentimientos, pasiones, modos de defenderse y también los atropellos o las desidias que sufre a veces del mundo adulto.
Cuando estamos disponibles para escuchar y jugar, creamos algo nuevo. Porque el juego no sólo supone una recreación de situaciones vivenciadas por el niño, sino que además es una creación y por lo tanto implica una modificación de sí mismo y del entorno.
Los mitos, las fábulas, los cuentos permiten otras salidas… otras aperturas, diferentes… ayudan a niñas y niños a construir su propia historia y una representación de sí en la que reconocerse. No crean niños domesticados sino niños en movimiento, niños creadores de mundos…
HIstorizar es una de las metas importantes en la clínica. Todos necesitamos alguna historia construida sobre nuestros orígenes y nuestra infancia.
Y así como la clínica es política, el sujeto es siempre un sujeto histórico. Historia que se remonta a varias generaciones…
Por eso, no son los mismos los niños que nos encontramos hoy en el consultorio que los que me consultaban hace 52 años, cuando comencé a trabajar como psicóloga.
Estamos marcados por historias de las generaciones que nos precedieron, de nuestros antepasados, de nosotros mismos y de la sociedad en la que nos tocó vivir. Y esas historias pueden ser silenciadas y acarrearán silencios o podrán ponerse en movimiento y desplegarse y posibilitar el armado de nuevas historias…
Muchos cambios sociales fueron transcurriendo en estos años. Pero el individualismo sigue aumentando. Salvo momentos de acción colectiva, en que nos hermanamos, predomina el vacío en los vínculos. Y hay que tener claro que en un mundo del “sálvese quien pueda” niñas, niños y adolescentes perecen psíquicamente. Son los que no pueden salvarse solos y cuando intentan hacerlo, es a costa de mimetizarse con otro omnipotente, por lo que fluctúan entre la omnipotencia y la desesperanza, lo que los lanza a conductas autodestructivas.
Otra cuestión que tenemos que tener en cuenta es la crisis de identidad. Estamos en un momento social en el que parecería que es muy difícil saber quién se es e identificarse con otros.
Así, aparecen esas personas que declaran ser autistas, casi como un emblema, como una marca identitaria que los ayuda a sentirse parte de un grupo.
Entonces, si queremos trabajar desde la clínica con niñas, niños y adolescentes posibilitándoles ser sujetos deseantes y pensantes, que puedan jugar, soñar, y establecer lazos con otros, nuestra clínica va a tener que ser también creativa y adecuada a cada uno. Vamos a tener que poner en juego la teoría, pero también la empatía, la disponibilidad a la escucha y a la mirada, la apertura frente a lo novedoso, la capacidad de sorprendernos y la ternura… que marca un vínculo con los otros opuesto a la violencia de una intervención en la que no se tienen en cuenta los tiempos ni las lógicas del otro.
Con las y los adolescentes, estar disponibles a una escucha que supone muchas veces escuchar audios, responder a llamadas intempestivas, acompañar el desasosiego y la desesperanza para ir construyendo con ellas y ellos una idea de futuro (que no sea el que les venden como único futuro posible, ese de la producción a destajo, el sacrificio y el consumo). Un futuro en el que haya un sentido para sus vidas, en el que puedan tejer lazos con otras y otros y desplegar la creatividad.
Somos artífices de futuro. Es decir, podemos cambiar destinos de niñas, niños y adolescentes si entendemos que trabajar con ellos en el ámbito que fuera supone un posicionamiento científico, pero también político, en el sentido de una representación del otro como sujeto merecedor de intercambios simbólicos.
Niñas y niños están gritando, hablando su lengua, diciendo desde donde pueden, con gestos, movimientos, llantos y explosiones, que necesitan ser escuchados.
Y nosotros proponemos eso: escucharlos, entender que lo que están haciendo no es “porque nacieron así” o “porque les falla un neurotransmisor” o “porque tienen tal carga genética” (aclaro que los que dicen esto desconocen los principios más importantes de la genética actual). Son pedidos de auxilio.
Nos encontramos con niñas y niños a los que se encierra en diagnósticos pero quiebran todos los encierros, derribando murallas. En un mundo que los invisibiliza, en el que no tienen voz, gritan su desesperación y producen sismos… Niños que buscan caminos y crean caminos nuevos. Niños a los que les debemos la escucha, la palabra, los juegos, los relatos…Niñas, niños y adolescentes que con sus supuestos “trastornos” conmocionan el planeta. Ayudémoslos a buscar nuevas vías para que sigan conmocionándonos y exigiéndonos un mundo mejor sin que esto les implique tanto sufrimiento.
“¿Está el mundo tan totalmente sometido como han soñado – como proyectan, programan y quieren imponernos- nuestros actuales “consejeros pérfidos”? Postularlo así es, justamente, dar crédito a lo que su máquina quiere hacernos creer. Es no ver más que la noche negra o la luz cegadora de los reflectores. Es actuar como vencidos: es estar convencidos de que la máquina hace su trabajo sin descanso, ni resistencia. Es no ver más que el todo. Y es, por tanto, no ver el espacio – aunque sea intersticial, intermitente, nómada, improbablemente situado, de las aberturas, de las posibilidades, de los resplandores, de los pese a todo. “ (pag 31). Didi Huberman…“…es necesario abrir los ojos en medio de la noche, desplazarse sin descanso, ponerse a buscar luciérnagas” (pág 36-37)
Y me parece que en eso estamos en estos tiempos difíciles: no solo buscando las aperturas, sino intentando ser nosotros y nosotras esas luciérnagas que pueden inventar espacios de esperanza y de fraternidad.
Apostar al futuro, transmitir esperanzas y construir redes solidarias parece ser un modo posible para que niñas, niños y adolescentes habiten un tiempo mejor.
Autora del artículo: Lic. Beatriz Janin
Bibliografía
Didi-Huberman G (2009) Supervivencia de las luciérnagas. Madrid. Abada-
Freud, Sigmund (1929) El malestar en la cultura. OC. Vol XXI. Amorrortu, Buenos Aires, 1988.
Janin, Beatriz: (2018) Infancias y adolescencias patologizadas, Noveduc, Buenos Aires.
Louis, Camille (1921) La conspiración de lxs niñxs. Presses Universitaires de France, París. Edit Cactus. Buenos Aires, 1923.